Los migrantes del campo, esa mano de obra barata que da energía al motor de las maquiladoras chinas, se queda atrapada entre los pueblos y las urbes. No hay empleos en las ciudades y la tierra en las villas es insuficiente para subsistir
YIWU, China.— Li Jiang tiene hambre. Apiñado con alrededor de mil personas más, debajo de la lluvia helada a las seis de la mañana, aguarda formado, esperando haber llegado lo suficientemente temprano para recibir un poco del arroz que hierve en ollas gigantescas.
Es una sensación poco familiar para Li. Durante los últimos 11 años, había llevado una vida cómoda trabajando en distintos sitios de construcción y fábricas que le permitían comprar sofisticados teléfonos celulares y otros modernos aparatos. Pero lo despidieron hace dos meses y ha sido imposible encontrar un empleo desde entonces.
“Ésta es una sociedad injusta”, dice Li, de 27 años. “El gobierno no está dando mucha ayuda y hay demasiados jefes que quieren engañarnos”.
A seis meses del inicio de lo que los economistas y expertos laborales dicen que es la peor crisis de empleo, desde que iniciaron las reformas de mercado hace 30 años, aproximadamente 20 millones de trabajadores perdieron sus puestos después de migrar del campo a la ciudad.
Mientras decenas de miles de compañías manufactureras han colapsado por la menor demanda debida a la crisis económica, los trabajadores desempleados no pueden encontrar trabajo en las ciudades.
Para muchos, regresar a sus raíces rurales no es una posibilidad, porque las tierras de sus familias han sido vendidas para construir centros comerciales, edificios de oficinas y apartamentos. Incluso aquellos que se quedaron con sus tierras han sido golpeados por la sequía —la peor en 50 años, de acuerdo con el gobierno— que ha afectado hasta un 80 por ciento de la superficie empleada para los cultivos.
“Esta sequía ha tenido un gran impacto sobre los campesinos. Algunos pueblos no tienen comida”, dice Lu Xuejing, profesor de la Universidad Capital de Economía y Negocios en Pekín. El impacto ha sido especialmente fuerte en provincias del noroeste, como Gansu, en donde las altas temperaturas combinadas con la poca precipitación han secado los lechos de algunos ríos y matado los cultivos de trigo.Los migrantes del campo, esa mano de obra barata que da energía al motor de las maquiladoras chinas, se queda atrapada entre los pueblos y las urbes. No hay empleos en las ciudades y la tierra en las villas es insuficiente para subsistir
YIWU, China.— Li Jiang tiene hambre. Apiñado con alrededor de mil personas más, debajo de la lluvia helada a las seis de la mañana, aguarda formado, esperando haber llegado lo suficientemente temprano para recibir un poco del arroz que hierve en ollas gigantescas.
Es una sensación poco familiar para Li. Durante los últimos 11 años, había llevado una vida cómoda trabajando en distintos sitios de construcción y fábricas que le permitían comprar sofisticados teléfonos celulares y otros modernos aparatos. Pero lo despidieron hace dos meses y ha sido imposible encontrar un empleo desde entonces.
“Ésta es una sociedad injusta”, dice Li, de 27 años. “El gobierno no está dando mucha ayuda y hay demasiados jefes que quieren engañarnos”.
A seis meses del inicio de lo que los economistas y expertos laborales dicen que es la peor crisis de empleo, desde que iniciaron las reformas de mercado hace 30 años, aproximadamente 20 millones de trabajadores perdieron sus puestos después de migrar del campo a la ciudad.
Mientras decenas de miles de compañías manufactureras han colapsado por la menor demanda debida a la crisis económica, los trabajadores desempleados no pueden encontrar trabajo en las ciudades.
Para muchos, regresar a sus raíces rurales no es una posibilidad, porque las tierras de sus familias han sido vendidas para construir centros comerciales, edificios de oficinas y apartamentos. Incluso aquellos que se quedaron con sus tierras han sido golpeados por la sequía —la peor en 50 años, de acuerdo con el gobierno— que ha afectado hasta un 80 por ciento de la superficie empleada para los cultivos.
“Esta sequía ha tenido un gran impacto sobre los campesinos. Algunos pueblos no tienen comida”, dice Lu Xuejing, profesor de la Universidad Capital de Economía y Negocios en Pekín. El impacto ha sido especialmente fuerte en provincias del noroeste, como Gansu, en donde las altas temperaturas combinadas con la poca precipitación han secado los lechos de algunos ríos y matado los cultivos de trigo.
Esta convergencia de factores ha provocado lo que era impensable para un país que ha disfrutado de cifras de doble dígito en crecimiento durante los últimos años. Hasta un 10 por ciento de los 130 millones de trabajadores migrantes chinos se enfrentan con lo que el profesor Yao Yuqun considera asuntos de subsistencia. Están teniendo problemas para llevar el pan a la mesa porque ya no tienen tierras y perdieron sus trabajos en las ciudades, explica Yao.
Las filas para obtener comida como la de Yiwu demuestran que éste es el peor periodo en la historia económica moderna de China —desde la hambruna ocurrida entre 1958 y 1961, resultado del Gran Salto Adelante, cuando, como parte de un plan para industrializar a una sociedad agraria, millones abandonaron sus tierras para trabajar en fábricas, lo que causó escasez de alimentos.
No hay peligro de que eso suceda de nuevo en China. Desde entonces el país ha mantenido generosas reservas de granos, ganado y otros recursos. Asimismo, tiene miles de millones de dólares de reservas monetarias que podría usar para comprar la comida de cualquier otra parte del mundo.
El reto para los líderes chinos es asegurar que nadie tenga hambre sin tener que regresar al país a la era en que el Estado debía garantizar el empleo de la cuna a la tumba.
El gobierno central ha respondido a la marcada contracción económica concentrándose en la creación de empleos y entrenamiento vocacional en vez de repartir los 586 mil millones de dólares de su paquete de estímulos entre los pobladores. Algunos gobiernos locales y provinciales han tomado un rumbo distinto: la entrega directa de estampillas de alimentos. También han distribuido aceite vegetal y otros productos esenciales, pero este programa es limitado.
Una propuesta para crear una red de seguridad universal que incluya seguros de desempleo para todos los ciudadanos fue dada a conocer en diciembre, pero todavía falta implementarla.
Algunos ciudadanos más afortunados están intentando llenar los espacios a los que el gobierno no llega mediante la instalación de comedores comunitarios y otras obras de caridad.
Conforme fue abriendo su economía en forma gradual, China ha luchado periódicamente contra el desempleo. La crisis más reciente antes de ésta ocurrió entre finales de los 80 y mediados de los 90, cuando muchas de las empresas que eran propiedad del Estado fueron privatizadas.Pero ese cambio no afectó a todos.
“Casi no había problemas con los trabajadores migrantes y los recién graduados de las universidades. No obstante, el desempleo es ahora un problema en toda la nación”, dice Chen Bulei, un investigador de derecho de la Universidad de Renmin de Pekín. Chen dijo que el asunto del desempleo actual no sólo es un simple problema económico, sino uno social.
Esto ha sido evidente en las protestas protagonizadas por los desempleados en meses recientes.
“Es como si los trabajadores migrantes estuvieran cruzando el río para llegar a la orilla. Ahora mismo están a la mitad del río. El movimiento no ha terminado todavía. Si esto no se puede resolver efectivamente, los trabajadores migrantes serán un factor de inestabilidad”, advierte Chen.
Hace un año, Yiwu era uno de los escenarios del auge económico chino. Las calles estaban llenas de autos nuevos relucientes que transportaban a ejecutivos a reuniones para firmar acuerdos millonarios de manufactura de productos, como cobijas, calculadoras y juguetes. Los restaurantes reunían un gran número de comensales gracias a su sopa de aleta de tiburón y otras especialidades. Los hoteles operaban a su máxima capacidad.
Pero en estos días, puede respirarse un aire de depresión en Yiwu. Varios negocios de exportación han fracasado. Las banquetas están repletas de trabajadores migrantes durmiendo. Desde hace algunos días, la gente se ha estado formando para recibir un poco de sopa de arroz por parte de Lin Ruxin, dueño de una pequeña imprenta.
Lin, de 50 años, abrió el pequeño comedor a inicios de enero, cuando comenzó a notar que más y más gente se reunía frente a la oficina de desempleo y que muchos se quedaban ahí todo el día sin comer. Entonces organizó unos cuantos voluntarios y rascó sus bolsillos para financiar el servicio.
Empiezan a cocinar a las 10:00 pm y trabajan toda la noche, hasta las 6:00 am, cuando comienza a entregarse la comida. Cada porción también incluye algunas verduras picadas y dos panes.
“Me siento mal por ellos”, dice Lin. “Cuando era niño, pasé por la Revolución Cultural y cuando inicié mi propio negocio, también la pasé mal. Me rechazaban en todos los lugares que visitaba. Esta situación es la de los trabajadores migrantes ahora.”
Los migrantes del campo, esa mano de obra barata que da energía al motor de las maquiladoras chinas, se queda atrapada entre los pueblos y las urbes. No hay empleos en las ciudades y la tierra en las villas es insuficiente para subsistir
YIWU, China.— Li Jiang tiene hambre. Apiñado con alrededor de mil personas más, debajo de la lluvia helada a las seis de la mañana, aguarda formado, esperando haber llegado lo suficientemente temprano para recibir un poco del arroz que hierve en ollas gigantescas.
Es una sensación poco familiar para Li. Durante los últimos 11 años, había llevado una vida cómoda trabajando en distintos sitios de construcción y fábricas que le permitían comprar sofisticados teléfonos celulares y otros modernos aparatos. Pero lo despidieron hace dos meses y ha sido imposible encontrar un empleo desde entonces.
“Ésta es una sociedad injusta”, dice Li, de 27 años. “El gobierno no está dando mucha ayuda y hay demasiados jefes que quieren engañarnos”.
A seis meses del inicio de lo que los economistas y expertos laborales dicen que es la peor crisis de empleo, desde que iniciaron las reformas de mercado hace 30 años, aproximadamente 20 millones de trabajadores perdieron sus puestos después de migrar del campo a la ciudad.
Mientras decenas de miles de compañías manufactureras han colapsado por la menor demanda debida a la crisis económica, los trabajadores desempleados no pueden encontrar trabajo en las ciudades.
Para muchos, regresar a sus raíces rurales no es una posibilidad, porque las tierras de sus familias han sido vendidas para construir centros comerciales, edificios de oficinas y apartamentos. Incluso aquellos que se quedaron con sus tierras han sido golpeados por la sequía —la peor en 50 años, de acuerdo con el gobierno— que ha afectado hasta un 80 por ciento de la superficie empleada para los cultivos.
“Esta sequía ha tenido un gran impacto sobre los campesinos. Algunos pueblos no tienen comida”, dice Lu Xuejing, profesor de la Universidad Capital de Economía y Negocios en Pekín. El impacto ha sido especialmente fuerte en provincias del noroeste, como Gansu, en donde las altas temperaturas combinadas con la poca precipitación han secado los lechos de algunos ríos y matado los cultivos de trigo.
Esta convergencia de factores ha provocado lo que era impensable para un país que ha disfrutado de cifras de doble dígito en crecimiento durante los últimos años. Hasta un 10 por ciento de los 130 millones de trabajadores migrantes chinos se enfrentan con lo que el profesor Yao Yuqun considera asuntos de subsistencia. Están teniendo problemas para llevar el pan a la mesa porque ya no tienen tierras y perdieron sus trabajos en las ciudades, explica Yao.
Las filas para obtener comida como la de Yiwu demuestran que éste es el peor periodo en la historia económica moderna de China —desde la hambruna ocurrida entre 1958 y 1961, resultado del Gran Salto Adelante, cuando, como parte de un plan para industrializar a una sociedad agraria, millones abandonaron sus tierras para trabajar en fábricas, lo que causó escasez de alimentos.
No hay peligro de que eso suceda de nuevo en China. Desde entonces el país ha mantenido generosas reservas de granos, ganado y otros recursos. Asimismo, tiene miles de millones de dólares de reservas monetarias que podría usar para comprar la comida de cualquier otra parte del mundo.
El reto para los líderes chinos es asegurar que nadie tenga hambre sin tener que regresar al país a la era en que el Estado debía garantizar el empleo de la cuna a la tumba.
El gobierno central ha respondido a la marcada contracción económica concentrándose en la creación de empleos y entrenamiento vocacional en vez de repartir los 586 mil millones de dólares de su paquete de estímulos entre los pobladores. Algunos gobiernos locales y provinciales han tomado un rumbo distinto: la entrega directa de estampillas de alimentos. También han distribuido aceite vegetal y otros productos esenciales, pero este programa es limitado.
Una propuesta para crear una red de seguridad universal que incluya seguros de desempleo para todos los ciudadanos fue dada a conocer en diciembre, pero todavía falta implementarla.
Algunos ciudadanos más afortunados están intentando llenar los espacios a los que el gobierno no llega mediante la instalación de comedores comunitarios y otras obras de caridad.
Conforme fue abriendo su economía en forma gradual, China ha luchado periódicamente contra el desempleo. La crisis más reciente antes de ésta ocurrió entre finales de los 80 y mediados de los 90, cuando muchas de las empresas que eran propiedad del Estado fueron privatizadas.Pero ese cambio no afectó a todos.
“Casi no había problemas con los trabajadores migrantes y los recién graduados de las universidades. No obstante, el desempleo es ahora un problema en toda la nación”, dice Chen Bulei, un investigador de derecho de la Universidad de Renmin de Pekín. Chen dijo que el asunto del desempleo actual no sólo es un simple problema económico, sino uno social.
Esto ha sido evidente en las protestas protagonizadas por los desempleados en meses recientes.
“Es como si los trabajadores migrantes estuvieran cruzando el río para llegar a la orilla. Ahora mismo están a la mitad del río. El movimiento no ha terminado todavía. Si esto no se puede resolver efectivamente, los trabajadores migrantes serán un factor de inestabilidad”, advierte Chen.
Hace un año, Yiwu era uno de los escenarios del auge económico chino. Las calles estaban llenas de autos nuevos relucientes que transportaban a ejecutivos a reuniones para firmar acuerdos millonarios de manufactura de productos, como cobijas, calculadoras y juguetes. Los restaurantes reunían un gran número de comensales gracias a su sopa de aleta de tiburón y otras especialidades. Los hoteles operaban a su máxima capacidad.
Pero en estos días, puede respirarse un aire de depresión en Yiwu. Varios negocios de exportación han fracasado. Las banquetas están repletas de trabajadores migrantes durmiendo. Desde hace algunos días, la gente se ha estado formando para recibir un poco de sopa de arroz por parte de Lin Ruxin, dueño de una pequeña imprenta.
Lin, de 50 años, abrió el pequeño comedor a inicios de enero, cuando comenzó a notar que más y más gente se reunía frente a la oficina de desempleo y que muchos se quedaban ahí todo el día sin comer. Entonces organizó unos cuantos voluntarios y rascó sus bolsillos para financiar el servicio.
Empiezan a cocinar a las 10:00 pm y trabajan toda la noche, hasta las 6:00 am, cuando comienza a entregarse la comida. Cada porción también incluye algunas verduras picadas y dos panes.
“Me siento mal por ellos”, dice Lin. “Cuando era niño, pasé por la Revolución Cultural y cuando inicié mi propio negocio, también la pasé mal. Me rechazaban en todos los lugares que visitaba. Esta situación es la de los trabajadores migrantes ahora.”
Muchas de las personas en la fila para obtener alimentos ya no tienen más que 10 o 20 yuanes en el bolsillo —menos de 50 pesos mexicanos— y han dejado atrás todas sus posesiones materiales. Comen agachados en las esquinas.
“Para ser honesto, la sopa no tiene sabor y los panes no nutren, pero cuando no hay dinero, todo sabe delicioso”, dice Li, quien no tiene suficiente dinero para tomar el autobús que lo llevaría de vuelta a su casa en Guizhou, una provincia a más de mil 500 kilómetros de distancia.
A su lado están Wu Mailing y su esposa Wen Shengju, ambos de 40 años, y su hija, Wu Ying, de 14. No pudieron hallar trabajo en su natal Sichuán, vieron un anuncio en la televisión sobre la ciudad y trataron de probar suerte. Ya se han gastado los ahorros de toda su vida y no han conseguido un empleo. Wu dice que su familia posee tierras, pero eso no es suficiente para la alimentación de todos, de modo que aún si regresan a casa seguirán teniendo hambre. Lo único que le preocupa es el futuro de su hija. “No me importa a qué se dedique en el futuro, sólo espero que no sea como nosotros.”
Cuando Lin comenzó a servir comida hace dos meses, las mil 200 porciones diarias duraban dos horas. En estos días se acaban en 45 minutos.
Ariana Eunjung Chathe Washington Post