Ser hijo de una pareja de homosexuales es tener muchos boletos para recibir una educación equilibrada. Vivir en una familia reconstituida supone caminar al borde del conflicto. Los hijos adoptivos tienen más problemas escolares que otros y tarde o temprano se harán preguntas sobre sus orígenes.
La influencia del desarrollo de los niños en los nuevos tipos de familias es el eje del libro ‘Desarrollo psicológico en las nuevas estructuras familiares’, elaborado, entre otros, por Enrique Arranz, catedrático de Psicología Evolutiva y de la Educación de la UPV, y Alfredo Oliva, de la Universidad de Sevilla, y en el que han participado investigadores de las universidades de la Laguna, Granada y el grupo Etxadi de la UPV. El resultado de entrevistas en profundidad a 214 familias ofrece una descripción de los problemas que acosan a padres, madres e hijos.
Monoparental
La soledad de las mujeres
El libro define a las familias monoparentales como aquellas en las que un progenitor convive con sus hijos menores y dependientes y es responsable de ellos en solitario. Y precisamente es esta última palabra una de las que caracterizan a las mujeres –porque en su gran mayoría son mujeres– encargadas de sacar adelante este tipo de familias. «Hablaron de la soledad en las tareas de crianza», dice el estudio.
La mayoría de los niños de este tipo de familias experimentan problemas en los meses que siguen al divorcio. Pueden producirse en ellos desórdenes como conducta antisocial, agresiva, desobediente o falta de autorregulación. También, aunque en menor medida, aparecen casos de ansiedad, depresión y problemas en las relaciones sociales.
Afortunadamente, el funcionamiento psicológico de los niños y sus padres mejora con el paso del tiempo. A largo plazo, la mayoría de los hijos de divorciados no presentan problemas, aunque perciban la separación de sus padres como su experiencia vital más dolorosa.
De todas las familias estudiadas, las monoparentales son las que disponen de menos recursos económicos. El dinero es una de las dos mayores preocupaciones de las madres. La otra, que el desarrollo psicológico de sus hijos sea normal. Pero la lista no acaba ahí, las madres también se muestran preocupadas por las dudas acerca del impacto que pueda tener en su hijo la ausencia de un progenitor y confiesan que están estresadas ante las dificultades de criar a un hijo en soledad.
Por si sirve de consuelo, no todo son inconvenientes. Las madres destacan como ventaja de su situación su independencia a la hora de tomar decisiones. La lista es bastante más corta que la de las preocupaciones, pero algo es algo.
Familias adoptivas
Con problemas en la escuela
Tener sueños puede causar malos despertares. «Quienes adoptan albergan con frecuencia la ilusión de que la adopción pone a cero el contador vital del adoptado, que su vida empieza de nuevo. Pero ni la biología ni la psicología humana están hechas de un material que permita el borrón y cuenta nueva». Por pequeños que sean, los niños adoptados llegan a casa con un pasado que nunca es agradable.
La adopción no siempre es un cuento de hadas. La llegada de un niño adoptado puede provocar un mar de dudas en sus nuevos padres, que es probable que no reconozcan en el menor al hijo con el que habían soñado. «La constatación de que las cosas son como son y no como se habían imaginado puede llevar a distintos grados de frustración y, en cualquier caso, va a requerir una cierta revisión de expectativas».
De entre todos los menores analizados, los adoptados son los que presentan más problemas en la escuela, lo que puede generar ansiedad en unos padres que «se sienten observados por el resto de la gente para ver si lo hacen bien o mal». Los padres se enfrentan también al momento de la revelación, es decir, al instante en el que expliquen a su hijo su verdadera condición y para el que no hay recetas.
Y después de la revelación tarde o temprano puede aparecer en la mente de los niños una certeza ligada a su pasado: «si estos padres me adoptaron es porque otros me abandonaron». Es entonces cuando el hijo adoptado comienza a buscar respuestas para completar su identidad. Y será una búsqueda –no necesariamente mala– que le acompañará el resto de su vida.
Familia reconstituida
Los conflictos llegan a casa
El libro describe así una familia reconstituida: «Después de darle muchas vueltas, Jorge y María han decidido comenzar a vivir juntos después de llevar dos años de relación. Jorge tiene una hija de 9 años que convive con su anterior mujer, mientras que María tiene la custodia de un hijo de 11 años y una hija de 5, ambos fruto de su anterior matrimonio».
Las familias reconstituidas son las que mayores posibilidades tienen de fracasar y sus hijos los que presentan un ajuste psicológico más complicado. Según el estudio, «aunque el peor ajuste de los menores de familias reconstituidas se dio tanto en niños como en niñas, entre los primeros fue más acentuado». Y si los hijos son adolescentes, entonces aumenta peligrosamente el riesgo de que la convivencia en la nueva casa común sea un desastre.
Los autores del libro consideran que los niños de familias reconstituidas «presentan más problemas que los de familias intactas, problemas que pueden perdurar hasta la adolescencia o la adultez temprana, y que se ponen de manifiesto en las dificultades en las relaciones íntimas y familiares». Estas dificultades no se deben exclusivamente al hecho de que los padres se hayan separado, obedecen a otros factores que acechan a una estructura familiar que muestra «más acontecimientos vitales estresantes» que otras.
Así pues, Jorge y María no lo van a tener fácil. Cuando comiencen a vivir juntos van a crear un grupo muy complejo: tiene más miembros, se extiende por más de un domicilio e incluye nuevas figuras como el padrastro, abuelastros o hermanastros. Es un campo abonado para que los problemas se multipliquen.
Y luego viene la convivencia. A veces Jorge yMaría no sabrán cómo actuar con sus hijastros, «si ser un padre que ejerce la disciplina, un adulto amigo que ofrece apoyo o cualquier otro rol posible». O se enfrentarán con la cruel realidad si alguna vez pensaron «que sus hijos se llevarán bien con sus nuevos hermanos y con su nuevo padre o madre, o que el ajuste a la nueva situación se producirá de inmediato».
Por si el panorama es pesimista lo mejor será recurrir a una importante matización. Los autores del libro señalan que los resultados obtenidos por cada tipo de familia «se hallan dentro del rango de la normalidad, lo cual las habilita, o al menos no las inhabilita, para configurar contextos adecuados para potenciar el desarrollo psicológico infantil».
Familia múltiple
Una situación estresante
Un porcentaje importante de las parejas que recurren a técnicas de reproducción asistida se convierten en familias numerosas. La llegada de gemelos o trillizos a un hogar es, además de una alegría, un quebradero de cabeza.
Cuando todos quieren comer a la vez o lloran al mismo tiempo es cuando los padres se pueden llegar a preguntar si la suya fue una buena idea. Las familias múltiples viven una situación agobiante para la que necesitan urgentemente apoyo externo. Son parejas con niveles altos de estrés, preocupadas por la salud de sus hijos –más delicada de lo normal al haber nacido en un parto múltiple– y que demandan apoyo institucional.
El estudio destaca que las madres de familias múltiples obtuvieron puntuaciones altas en autoritarismo y permisividad, y bajas en democracia. También recuerda que a los hijos de la reproducción asistida les aguarda el momento de la revelación de sus orígenes, que puede ser delicado en el caso de que hayan sido concebidos con inseminación artificial con donante de semen.
Homoparental
En el mejor de los contextos
«Estas familias están formadas mayoritariamente por lesbianas que o bien se han inseminado o han seguido un proceso de adopción». Se trata de personas «muy concienciadas con respecto a sus derechos y que han sido suficientemente resistentes frente al prejuicio homófobo como para asumir abiertamente su condición homosexual y aventurarse a vivir en pareja y criar un niño».
Estas características, unidas a unos altos niveles educativo y de ingresos, hacen que los hijos de este tipo de familias sean los que presentan un mejor ajuste psicológico. Son niños que viven en un ambiente «con niveles más altos en democracia y más bajos en autoritarismo y permisividad», y cuya orientación sexual es exactamente la misma que en los integrantes de familias heterosexuales. Por si fuera poco, muestran unos roles de género más flexibles porque ven que las funciones que sus madres desarrollan en casa no están ligadas al sexo.
Pero no todo es positivo. Las parejas de estas familias se sienten obligadas a realizar un esfuerzo suplementario para demostrar al resto del mundo que son capaces de criar a un niño. Y, sobre todo, se enfrentan al miedo de que su hijo sea señalado socialmente por la condición sexual de sus madres.
Familia tradicional
Entre el padre y la madre
Esta familia, a la que también se denomina «intacta», es la que ocupa menos espacio en el libro. Quizá sea porque muestra «un perfil muy neutro, ya que no destaca ni por arriba ni por abajo en ninguna de las variables» estudiadas.
La familia tradicional aporta pocas novedades, por no de decir ninguna. Los resultados que ofrecen las 39 entrevistas realizadas a este grupo son conocidos, suenan a experiencias ya vividas por gran parte de los que antes fueron niños y ahora son adultos con hijos. En las tradicionales uno de los mayores inconvenientes es «la sobrecarga general de trabajo que tenían las mujeres y los posibles conflictos generados por la disparidad de criterios entre padre y madre sobre la crianza de los hijos».
Y de este inconveniente surge una ventaja. Al igual que en las reconstituidas, en las familias intactas se ve como un elemento positivo «la existencia de dos personas adultas a cargo de los hijos».