- Cientos de niñas, niños y adolescentes nicaragüenses viven refugiados permanentemente. Los centros de protección temporales donde el Ministerio de la Familia les ubica por determinada situación de riesgo en sus casas, se convierten para muchos en su hogar y familia para toda la vida
Hogar de bebés Arca de Noé, Hogar de niñas Ruth y Hogar de niños
Moisés son los tres centros de protección de Remar que trabajan con el
Ministerio de la Familia, Adolescencia y Niñez. Fotos LA PRENSA/ Bismarck Picado
Moisés son los tres centros de protección de Remar que trabajan con el
Ministerio de la Familia, Adolescencia y Niñez. Fotos LA PRENSA/ Bismarck Picado
Por Tammy Zoad Mendoza M.- Sentada. A mitad de terminar la octava línea de su cuaderno de caligrafía, la oración de tarea: “El oso asea su casa”. La niña chelita, delgada, quizá menor de 7 años, se percata que la observan. Lanza una mirada profunda y casi transparente al visitante del día. Mechas cortas y ralas caen sobre su cara alargada, pues la cola alta que lleva no logra sujetar todo su cabello claro.
“Hola, ¿cómo estás, te acordás de mí?”, pregunta el visitante. La niña asiente tímidamente y deja a un lado el lápiz. “De verdad, a ver, de dónde creés que vengo”. La niña sonríe apenada y con las manos recoge su vestido entre las piernas. “Yo venía con el grupo de voluntarios a visitarles hace un tiempo”. Cuatro años exactamente. Ella era casi una bebé, ahora está en la primaria. Muchas cosas han cambiado para mejor, hay caras nuevas y otras viejas que extrañar. Ella sigue aquí, en su casa, en el hogar más seguro. No es en el que nació, pero es donde encontró todo lo que necesita.
Es el centro Arca de Noé. Uno de los hogares de protección de la Fundación Remar Nicaragua, una organización independiente que trabaja en obras sociales permanentes desde 1993, pero que en el 2003 abrió oficialmente las puertas de sus hogares e inició un trabajo conjunto con los diferentes ministerios a cargo del área de familia, niñez y adolescencia en los diferentes gobiernos.
La habitación parece inspirada en la casa de los siete enanitos de Blanca Nieves, pero aquí con tanto espacio han de habitar muchos más. Las literas del cuarto están llenas de peluches remendados, pequeñas almohadas en sus cabeceras y vestidas con cubrecamas multicolores, cada una tan impecable que da la sensación de recién arreglada. El salón de juegos, el comedor, la sala, todo está hecho para albergar hasta 15 niños. No se trata de un castillo de cuentos de hadas, pero para ellos es su mundo casi perfecto. Sin brujas malvadas, sin lobos que acechen por las noches, sin guerras en su reino y sin el miedo de cargar con viejas maldiciones de su familia real. Y aunque no están con mamá y papá y su imagen sea un vago recuerdo, ellos han construido aquí su propia familia.
Niñas, niños y adolescentes que han sido rescatados por el Ministerio de la Familia (Mifamilia) de situaciones de riesgo como abandono total o parcial, violencia intrafamiliar, abuso sexual o pobreza extrema, y remitidos a hogares temporales de protección mientras su situación se soluciona... o se complica más.
Mifamilia no habla, pero actualiza su página
La única información oficial del Ministerio de la Familia a la que tuvimos acceso es a la que aparece en su página web. Se solicitó entrevistas con el área de Protección y Restitución de Derechos y el área de Adopción de Mifamilia, pero no obtuvimos respuesta pues las encargadas del área se encontraban toda la semana fuera de Managua. Cualquier información institucional de datos o informes pasa por un proceso de 15 días para recibir notificación para responder o no a la petición.
Según una nota publicada por el área de comunicación el 4 de agosto han integrado a 65 niños y adolescentes en situación de riesgo a hogares sustitutos, y que cuentan con 806 hogares Solidarios, como se les llama, dispuestos a recibir niños y adolescentes que lo necesiten.
Además reportan el egreso de 153 niños y niñas de los Centros de Protección Especial, a quienes se les ha integrado a sus familias biológicas o padres adoptivos.
“Cada vez que entra una niña me veo reflejada en ella. Venís de la nada, buscás cariño y deseás que te atiendan sin cuestionar tu pasado”, cuenta Mayra López, quien cursa tercer año.
Si tienen suerte, con el seguimiento y la ayuda que dé el ministerio algunas familias logran superar sus problemas y los niños son devueltos a sus padres, en otros casos son familiares en segundo o tercer grado quienes se hacen cargo de los menores para no desintegrar totalmente el núcleo familiar.
Para algunos el asunto no es ni tan fácil, ni tan rápido. Dependiendo del motivo de la separación de su familia y la condición en la que se encuentre ésta, el proceso legal para regresar al menor a su hogar o la declaración administrativa de desamparo total, que abre automáticamente la oportunidad de ser adoptado, puede tardar meses o años.
Esa realidad es aún desconocida para la niña que acaba de poner el último punto a su cuaderno de caligrafía y se le levanta de la mesa para ir a jugar.
Pero Mayra López, María Lazo y Paola García ya lo saben. Las tres llegaron a los 10 años aproximadamente al Hogar de Niñas Ruth. Ahora, más de ocho años después, son casi hermanas. Al igual que de unas pequeñas gemelas y otras diez niñas que habitan la casa. No nacieron de los mismos padres, ni en el mismo lugar, ni se conocían antes de llegar aquí, pero desde hace mucho tiempo son lo más cercano a una familia que tienen. Las tres provienen de comunidades rurales de Matagalpa y cada una tiene una difícil historia que contar.
“Soy la penúltima de cuatro hermanos y no sé nada de ellos, pero me gustaría tener noticias”, dice Mayra originaria de Rancho Grande. “Ningún familiar me buscó y el ministerio nunca pudo encontrar a mis padres, ha pasado mucho tiempo, aquí crecí y aprendí, aquí quiero seguir hasta que me lo permitan, mis planes son colaborar con la obra desde mi profesión, apoyando a las niñas y el hogar, nosotras conocemos su realidad y los problemas que se viven”.
María y su hermano no han sabido nada de sus padres desde hace ocho años que ingresaron al hogar. Nunca pensó en ser adoptada y asegura que desea continuar en la fundación.
Mayra, al igual que Paola, quiere ser maestra y trabajar en El Olivo, el centro escolar que dirige Remar como un nuevo proyecto de la obra y que actualmente enfrenta problemas para costear la planilla de los docentes. María por su parte ha preferido sacarle provecho al talento que tienen sus manos, ella realiza manualidades y con eso pretende dar su aporte en el hogar, sin familia afuera ella prefiere quedarse en casa, en ésta que es su casa.
En las delegaciones departamentales al ser remitidas no se especifica en el acta la situación exacta y en la descripción sólo aparece “situación de riesgo”, cuando los menores llegan a los centros el director, educadoras y sicóloga deben indagar para darle atención a los niños de acuerdo a sus realidades, con el tiempo los mismos niños van borrando los pocos recuerdos que quedan.
“Cuando yo tenía 6 años mi mamá se fue a Costa Rica, mi hermano y yo nos quedamos con nuestro papá, pero él no pudo con nosotros”, cuenta María mientras entrelaza los dedos y presiona las manos. “Yo trabajé un tiempo lavando para conseguir comida, luego el ministerio llegó y nos entrevistó, mi papá tomaba y no se hacía cargo de nosotros, yo no podía más con la situación, por eso llegamos al hogar”, dice bajando la voz y en un tono solemne. Ella hizo tres intentos para comenzar a hablar, cuando al fin lo logró en menos de tres minutos narró su historia en la comunidad El Jobo, respiró aliviada al terminar y saber que no tenía que hablar más de eso.
Paola por su parte conversa más tranquila. “No conozco a nadie de mi familia, sé que somos de Matiguás. Tenía unos cuatro años cuando me dejaron a mi hermano y a mí, estuve en un hogar sustituto con doña María Nieves, una señora con la que viví por cuatro años, pero por razones de edad y dinero ella tenía que viajar a Costar Rica, ya no podía cuidarme, me trajeron al hogar Ruth a los 11 años y a mi hermano que ahora tiene 13 años lo trasladaron a Pajarito Azul. Para mí fue duro al inicio, pero ahora estoy feliz. Salí una vez del hogar y supe que mi familia estaba aquí...”
Ellas aseguran no haber pensado nunca en la posibilidad de ser adoptadas, pero sí haber sentido deseos de encontrar a su familia, tener contacto con ellos, saber cómo están.
Según Minerva Montano, sicóloga del hogar, cuando el ingreso de los menores es en edad infantil, el cambio es menor y los niños se adaptan más rápido, a medida que crecen en el hogar se les va explicando su situación, pero siempre en la adolescencia es una etapa difícil que enfrentar. Si crecen en un hogar y han visto entrar y salir a otros niños sus preguntas aumentan, la situación de adopciones, hogares sustitutos y reinserciones al núcleo familiar son temas delicados.
Paola García cursa cuarto año de secundaria. Llegó a los 11 años al hogar y logró continuar sus estudios, desea ser maestra y formar parte de los docentes de El Olivo.
“El reconocimiento de su realidad llega en una etapa en la que además de construir su personalidad quieren responder preguntas de su origen. Aquí se les explica de acuerdo a su edad que están en un hogar temporal, cada edad y cada caso es especial como tal”, dice la sicóloga.
Montano explica que la etapa más difícil es cuando los niños que llevan un tiempo considerable en el hogar se enteran que uno de sus compañeras se va del hogar. Comienzan interrogantes como “por qué se va, para dónde, de dónde son sus papás, vendrán por mí también, cuándo...”. Todas tienen su respuesta y cada vez que se da el proceso de retiro de un niño, todo el hogar se reúne para hablar y se realiza el proceso de desapego para que ni el niño que se va esté triste por dejar a quienes consideró su familia, ni los que quedan sean afectados por la ausencia del miembro. Se evita el luto para que las emociones de los niños no se vean afectadas.
En el caso de los adolescentes, grupo en el que las posibilidades de adopciones son menores debido a una tendencia general por adoptar bebés o niños, durante su estancia en el hogar se les habla de manera más clara de su condición y se les prepara de manera académica y sicológica para asumir su realidad y esperar el momento en que el Mifamilia dé la resolución de sus casos. Si esto nunca pasa y alcanzan la mayoría de edad en los centros el ministerio les notifica que son libres de tomar decisiones, pues ya no están bajo su tutela. Es aquí donde se enfrentan al mundo. Cada uno debe decidir qué hará a partir de ahora, sin familia afuera o sin las condiciones óptimas para continuar su desarrollo y preparación, la mayoría de jóvenes continúa bajo el amparo de estos hogares.
“Ahora Remar está entrando a otra etapa, es difícil pero el trabajo debe continuar”, dice Juan Carlos Asiain director nacional de Remar Nicaragua. “Nosotros venimos aquí para trabajar con rehabilitación de personas con problemas de alcoholismo y drogadicción, pero al llegar nos dimos cuenta que hay otras realidades que no podés desatender, así fue como abrimos los albergues, luego trabajamos con los ministerios, pero ahora enfrentamos algo que no teníamos previsto”.
Asiain hace referencia a la situación de reinserción social de los jóvenes y al programa de extraedad que en estos últimos años ha dado respuesta a la necesidad de este grupo que creció en los diferentes hogares.
Y aunque reconoce que actualmente hay menos ingresos de niños en los centros en el afán de no romper totalmente el vínculo con sus familias, advierte que se necesita más acompañamiento para los casos que salen y mayor atención y apoyo para los niños que son parte de estos hogares, ya que hace un par de años a ellos se les fue retirada la ayuda económica que asignaba el ministerio y el centro ha tenido que ingeniárselas para resolver la alimentación diaria de los albergues.
Fundación Remar cuenta con un programa de extraedad para estos casos. Ellos por medio de apadrinamientos y donaciones financian la ayuda económica para ellos, además de continuar dándoles albergue asumen los gastos de educación secundaria, técnica o universitaria. Muchos aprenden algún oficio, carrera técnica o toman cursos específicos y se reinsertan en la sociedad como trabajadores. Algunos se convierten en voluntarios o misioneros de la fundación como una forma de gratitud a la que es su familia.
Actualmente Mayra, María, Paola y otros dos jóvenes son parte del programa piloto de extraedad. Ellas cursan la secundaria y desean continuar sus estudios. Los otros dos son jóvenes universitarios y uno de ellos está en Estados Unidos aplicando a una beca gracias al apoyo de su padrino, a quien conoció en la fundación y quien lo ha apoyado desde que llegó como niño al albergue. Hay otros estudiando en España bajo las mismas condiciones. En estos últimos años el programa de apadrinamiento ha servido para que muchos de los que crecen en estos hogares tengan una oportunidad después de alcanzar la mayoría de edad cuando pierden el amparo del Código de la Niñez y Adolescencia.
“Nosotros nos regimos por los procedimientos legales de Mifamilia. Sólo ellos dan entrada y salida a los niños en los hogares y nosotros damos acompañamiento al proceso que ellos dirigen, pero nuestra labor va más allá, no hay manera que nos desprendamos de los jóvenes sólo porque la edad ya no los protege. Alguien tiene que hacerse cargo”, aclara el director. “La institución en estos últimos años se ha enfrentado a esta realidad a través de los primeros casos, jóvenes que están con nosotros desde bebés o niños y que ahora son jóvenes que nos tienen como única familia”.
Según Asiain la reinserción social no es tan fácil como dejar ir a los muchachos. Para esto ellos los preparan a diario. “Aquí nuestros niños y jóvenes tienen todo lo que necesitan y están protegidos, pues ésa es nuestra labor, pero no perdemos de vista que algún día tendrán que enfrentar al mundo, ellos no son princesas o príncipes, son niños normales como cualquier otro que en la adultez deberá ser independiente”.
El hecho de garantizar el goce de sus derechos y brindarles afectos es también una manera de prepararlos para lo que vendrá, con ellos se realiza un trabajo, no sólo estudian lo básico, se procura que los jóvenes que deseen continuar sus estudios tengan la opción de cursos adicionales como inglés, computación e incluso aprender diversos oficios para valerse por sí mismos.
“Aquí tratamos de enseñarles valores, responsabilidades acorde a su edad. Los amamos como hijos, pero no sobre protegemos para evitar que cuando se vayan sean desvalidos en la sociedad”, continúa explicando. “No sólo en el aspecto profesional, las emociones cuentan, ellos aquí lo tienen todo, pero allá afuera hay mil cosas malas o desconocidas para ellos, saber decir sí o no según sus valores, tienen conocimiento de dónde vienen y que allá afuera hay otro mundo que deben enfrentar, nosotros estaremos siempre aquí para ellos, pero no podemos ir en contra del ciclo natural”.
Los centros de protección de Remar se mantienen con donaciones, apadrinamientos, una tienda y una microempresa de desinfectantes. Actualmente enfrentan dificultades económicas para el mantenimiento del centro escolar El Olivo.