
Ramiro Moreno, trabajador social que está a punto de graduarse de abogado, dedica gran parte de su tiempo en encontrar familias de niños colombianos entregados en adopción a extranjeros.
Aprovechando su hora de almuerzo, Moreno decidió entrar al barrio Niquitao, que a mediados de los años 90 era uno de los más duros de Medellín. A diferencia de hoy, cuando la Alcaldía ha construido un gran liceo y tiene programas para la comunidad, en esa época, Niquitao era un lugar de expendedores de drogas y jóvenes con delirio de persecución, que disparaban antes y preguntaban después.
Ramiro era un hombre blanco, cuarentón, vestido como de clase media, con la pinta típica del que entraba pero no salía de allá.Pero él le había prometido a Diego Édison (*) que iba a buscar a su madre, de la que había sido separado cuando tenía 2 años.
Para Moreno este trabajo es un asunto de vocación."Pude elegir una profesión técnica o algo más abstracto, pero elegí algo en lo que, humanamente, sintiera un mayor aporte para la sociedad", dice.
Por eso, pasar de Bienestar Familiar al juzgado de familia y de allí a unir familias por su propia cuenta y riesgo no resultó raro, sino algo que se fue dando de manera natural, desde que aceptó el primer encargo hace unos 15 años.
Por su parte, para Diego Édison tener el mismo nombre de un otrora famoso futbolista colombiano era como una marca de este país, así viviera su vida adolescente en Illinois (E.U.), con su familia adoptiva.
Aunque amaba a sus padres, siempre quiso hallar a su madre biológica. Desde los 9 años, el niño, que llegó a convertirse en un deportista de alto rendimiento, escribía cartas y hacía dibujos evocándola y fue tal su insistencia que sus padres decidieron apoyarlo.
Alguien a quien Ramiro le había hallado a su familia lo puso en contacto con él. Como siempre hace, el investigador le pidió una carta en la que expresara sus sentimientos hacia la madre y los documentos de Bienestar Familiar con datos mínimos. También la mitad del dinero total pactado para emprender la búsqueda.
"Yo no vivo de esto, pero implica gastos y tiempo. Siempre llego a un acuerdo con las personas, pero pido de anticipo la mitad del dinero porque, a veces, cuando uno encuentra a los padres los hijos se asustan y no se vuelve a saber de ellos. Eso crea problemas. Pagar la mitad habla de que hay un compromiso", explica Ramiro, con la experiencia de quien ha reencontrado unas 15 familias.
La esquina de Niquitao donde estaba el trabajador social era el último trecho de un camino emprendido casi un año antes, cuando supo que una mujer llamada Carmenza, como la madre de Diego Édison, había sido puesta presa por hurto el día que el niño fue entregado a Bienestar Familiar.
Eso era bueno, pues era posible que fuera la misma persona, pero su pista se había perdido diez años antes y, para colmo, la mujer tenía cinco nombres diferentes. Luego de meses de buscar, supo que luego de salir de la cárcel había sido reseñada hacía dos años por vender drogas. Ramiro logró atar cabos, cotejar huellas y darse cuenta de que la reseñada era la misma que fue capturada el día que Carmenza y Diego Édison se separaron y que vivía en Niquitao.
Mientras cruzaba la calle en busca de alguien que le diera pistas de dónde encontrarla, recordó que Diego Édison había ido de paseo con su familia por cuatro días a Medellín y que lo único que habían logrado era que un organismo de seguridad del Estado le suministrara al joven una foto de una mujer que podría ser su madre biológica.
"Si le pregunto a un muchacho, corro el riesgo de que esté en líos con alguna banda y entonces, pensando que voy con él, termine en un problema", concluyó el trabajador social, mientras andaba. Pero sabiendo que su cliente se iría a E.U. al otro día, se aventuró a preguntar a varios vecinos hasta que dio con uno que conocía a tres mujeres con la descripción que él le daba y a las que les decían 'La negra'.
Finalmente, le señalaron a un hombre parado en una puerta. "¿Buenos días, usted conoce a 'La negra'?", le preguntó. "Yo soy el marido y esos ocho que están jugando ahí son los hijos, ¿por qué?"
¿QUIEN SOY YO?
El trabajador social explica que para muchas personas adoptadas es muy importante saber de dónde vinieron, quiénes son sus padres y por eso, con los años, se animan a buscarlos. "Una joven adoptada en Suiza me decía: 'Tengo que saber de dónde vengo, porque yo no broté de la tierra'. Era algo tan fuerte que, cuando encontramos su familia, vino a vivir con ellos unos días. Le dije: mira, tu familia vive en un tugurio, ¿sabes a dónde vas? Y ella me respondió: 'claro, yo viví ahí'".
En su opinión y por la experiencia de 25 años como profesional, está seguro de que las adopciones dejan también huellas en los padres. "Algunos piensan qué pasará con su hijo. Muchos me cuentan, después de verlo, que le pedían a Dios que estuviera bien y que antes de morir pudieran saber de él", dice.
Pero no todos se deciden a buscar a sus familias, incluso si lo desean, pues temen a lo que puedan encontrar. "Al fin y al cabo -explica Ramiro- viven en un país industrializado, con condiciones sociales muy distintas y con la información tan mala de Colombia, les da miedo encontrar algún tipo de reclamación".
Esto no sucedió con el caso de 'La negra'. Con su esposo y sus hijos al frente, Ramiro siguió preguntando:
- ¿Y tiene más hijos?
- Sí, tiene dos hijas grandes, ya organizadas, y uno más que está perdido porque se lo quitó Bienestar Familiar... Diego Édison.-Yo vengo a hablar de él- le dijo Ramiro, mientras se le iluminaba la cara.
Cuando se dirigían hacia la habitación de nueve metros cuadrados donde vivían 'La negra' y los nueve de su familia, apareció ella. "Venía con paso lento y cara de 'aburrición' -recuerda Ramiro-.
Después me contó que se arrimó porque una hija le avisó que yo le iba a hablar de Diego Édison. En el trabajo le dijeron que se fuera a almorzar y ella respondió que en la casa no había, pero igual la mandaron para afuera. Me dijo: 'por hacer el tiempo me fui para la casa'".
De una lata de sardinas y una Coca-Cola dos litros que compró Ramiro, más un puñado de arroz, comieron diez personas, en un cuarto de tres por tres metros y sobró un poco de gaseosa. "Le dije que Diego Édison quería verla y esa fue su alegría porque él, para ella, era el hijo que se había perdido debido a su actividad", cuenta el investigador. Hicieron cita para las tres de la tarde.
ENCONTRAR POR AMOR
Los métodos de Ramiro para hallar personas son tan simples como acudir al directorio telefónico, donde a veces encuentra a un pariente, poner citas por emisoras populares o ir una y otra vez a lugares tenebrosos donde espera encontrar una madre, un padre o un hermano de alguien.
"A veces me llegan personas que lo que quieren es reclamar a su madre por qué las abandonó, pero a esas no las acepto. No se trata de reclamar sino de ayudar a las que tienen claro que lo hacen con amor. Por eso pido siempre una carta, que es lo que les entrego a la persona cuando la encuentro", dice.
También tiene que cuidarse de los avivatos, pues no faltan quienes siendo parientes de las personas que entregaron en adopción y sabiendo del interés del que está en el exterior, pretendan obtener beneficios económicos. Por eso siempre se cuida de que en los encuentros haya un interés genuino de conocer al otro.
Así era esta caso. Por eso, a las tres de la tarde, Ramiro llegó con Diego Édison, sus dos hermanas, sus dos padres adoptivos y un traductor al inquilinato, a esperar a Carmenza.
"Todo el barrio estaba afuera porque la gente quería ver a Diego Édison, pues él era el hijo perdido de 'La negra', que venía después de muchos años -dice Ramiro-. Los hermanitos se le colgaron y él era fascinado con todos. La mamá siempre les dijo que ellos tenían un hermano mayor que se había perdido y ahora estaban con él. Él era nombrado en su familia, tenía un lugar, pero no estaba, hasta ese momento".
A los pocos minutos apareció Carmenza: "Llegó de su trabajo y entonces vinieron el abrazo, la emoción y el sentimiento, el llanto". Ahora el investigador está concentrado en otro caso, al fin y al cabo es un hombre calmado que disfruta trazando a mano los caminos de sus clientes, en hojas que va organizando en carpetas cafés. A sus 56 años, aunque reconoce que más de una vez se la han aguado los ojos en las reuniones, apenas dice: "Esos encuentros son muy intensos. Imagínese, son años queriendo saber del otro y, de pronto, encontrarlo...".----*Nombres cambiados para proteger la privacidad de las personas.
Aprovechando su hora de almuerzo, Moreno decidió entrar al barrio Niquitao, que a mediados de los años 90 era uno de los más duros de Medellín. A diferencia de hoy, cuando la Alcaldía ha construido un gran liceo y tiene programas para la comunidad, en esa época, Niquitao era un lugar de expendedores de drogas y jóvenes con delirio de persecución, que disparaban antes y preguntaban después.
Ramiro era un hombre blanco, cuarentón, vestido como de clase media, con la pinta típica del que entraba pero no salía de allá.Pero él le había prometido a Diego Édison (*) que iba a buscar a su madre, de la que había sido separado cuando tenía 2 años.
Para Moreno este trabajo es un asunto de vocación."Pude elegir una profesión técnica o algo más abstracto, pero elegí algo en lo que, humanamente, sintiera un mayor aporte para la sociedad", dice.
Por eso, pasar de Bienestar Familiar al juzgado de familia y de allí a unir familias por su propia cuenta y riesgo no resultó raro, sino algo que se fue dando de manera natural, desde que aceptó el primer encargo hace unos 15 años.
Por su parte, para Diego Édison tener el mismo nombre de un otrora famoso futbolista colombiano era como una marca de este país, así viviera su vida adolescente en Illinois (E.U.), con su familia adoptiva.
Aunque amaba a sus padres, siempre quiso hallar a su madre biológica. Desde los 9 años, el niño, que llegó a convertirse en un deportista de alto rendimiento, escribía cartas y hacía dibujos evocándola y fue tal su insistencia que sus padres decidieron apoyarlo.
Alguien a quien Ramiro le había hallado a su familia lo puso en contacto con él. Como siempre hace, el investigador le pidió una carta en la que expresara sus sentimientos hacia la madre y los documentos de Bienestar Familiar con datos mínimos. También la mitad del dinero total pactado para emprender la búsqueda.
"Yo no vivo de esto, pero implica gastos y tiempo. Siempre llego a un acuerdo con las personas, pero pido de anticipo la mitad del dinero porque, a veces, cuando uno encuentra a los padres los hijos se asustan y no se vuelve a saber de ellos. Eso crea problemas. Pagar la mitad habla de que hay un compromiso", explica Ramiro, con la experiencia de quien ha reencontrado unas 15 familias.
La esquina de Niquitao donde estaba el trabajador social era el último trecho de un camino emprendido casi un año antes, cuando supo que una mujer llamada Carmenza, como la madre de Diego Édison, había sido puesta presa por hurto el día que el niño fue entregado a Bienestar Familiar.
Eso era bueno, pues era posible que fuera la misma persona, pero su pista se había perdido diez años antes y, para colmo, la mujer tenía cinco nombres diferentes. Luego de meses de buscar, supo que luego de salir de la cárcel había sido reseñada hacía dos años por vender drogas. Ramiro logró atar cabos, cotejar huellas y darse cuenta de que la reseñada era la misma que fue capturada el día que Carmenza y Diego Édison se separaron y que vivía en Niquitao.
Mientras cruzaba la calle en busca de alguien que le diera pistas de dónde encontrarla, recordó que Diego Édison había ido de paseo con su familia por cuatro días a Medellín y que lo único que habían logrado era que un organismo de seguridad del Estado le suministrara al joven una foto de una mujer que podría ser su madre biológica.
"Si le pregunto a un muchacho, corro el riesgo de que esté en líos con alguna banda y entonces, pensando que voy con él, termine en un problema", concluyó el trabajador social, mientras andaba. Pero sabiendo que su cliente se iría a E.U. al otro día, se aventuró a preguntar a varios vecinos hasta que dio con uno que conocía a tres mujeres con la descripción que él le daba y a las que les decían 'La negra'.
Finalmente, le señalaron a un hombre parado en una puerta. "¿Buenos días, usted conoce a 'La negra'?", le preguntó. "Yo soy el marido y esos ocho que están jugando ahí son los hijos, ¿por qué?"
¿QUIEN SOY YO?
El trabajador social explica que para muchas personas adoptadas es muy importante saber de dónde vinieron, quiénes son sus padres y por eso, con los años, se animan a buscarlos. "Una joven adoptada en Suiza me decía: 'Tengo que saber de dónde vengo, porque yo no broté de la tierra'. Era algo tan fuerte que, cuando encontramos su familia, vino a vivir con ellos unos días. Le dije: mira, tu familia vive en un tugurio, ¿sabes a dónde vas? Y ella me respondió: 'claro, yo viví ahí'".
En su opinión y por la experiencia de 25 años como profesional, está seguro de que las adopciones dejan también huellas en los padres. "Algunos piensan qué pasará con su hijo. Muchos me cuentan, después de verlo, que le pedían a Dios que estuviera bien y que antes de morir pudieran saber de él", dice.
Pero no todos se deciden a buscar a sus familias, incluso si lo desean, pues temen a lo que puedan encontrar. "Al fin y al cabo -explica Ramiro- viven en un país industrializado, con condiciones sociales muy distintas y con la información tan mala de Colombia, les da miedo encontrar algún tipo de reclamación".
Esto no sucedió con el caso de 'La negra'. Con su esposo y sus hijos al frente, Ramiro siguió preguntando:
- ¿Y tiene más hijos?
- Sí, tiene dos hijas grandes, ya organizadas, y uno más que está perdido porque se lo quitó Bienestar Familiar... Diego Édison.-Yo vengo a hablar de él- le dijo Ramiro, mientras se le iluminaba la cara.
Cuando se dirigían hacia la habitación de nueve metros cuadrados donde vivían 'La negra' y los nueve de su familia, apareció ella. "Venía con paso lento y cara de 'aburrición' -recuerda Ramiro-.
Después me contó que se arrimó porque una hija le avisó que yo le iba a hablar de Diego Édison. En el trabajo le dijeron que se fuera a almorzar y ella respondió que en la casa no había, pero igual la mandaron para afuera. Me dijo: 'por hacer el tiempo me fui para la casa'".
De una lata de sardinas y una Coca-Cola dos litros que compró Ramiro, más un puñado de arroz, comieron diez personas, en un cuarto de tres por tres metros y sobró un poco de gaseosa. "Le dije que Diego Édison quería verla y esa fue su alegría porque él, para ella, era el hijo que se había perdido debido a su actividad", cuenta el investigador. Hicieron cita para las tres de la tarde.
ENCONTRAR POR AMOR
Los métodos de Ramiro para hallar personas son tan simples como acudir al directorio telefónico, donde a veces encuentra a un pariente, poner citas por emisoras populares o ir una y otra vez a lugares tenebrosos donde espera encontrar una madre, un padre o un hermano de alguien.
"A veces me llegan personas que lo que quieren es reclamar a su madre por qué las abandonó, pero a esas no las acepto. No se trata de reclamar sino de ayudar a las que tienen claro que lo hacen con amor. Por eso pido siempre una carta, que es lo que les entrego a la persona cuando la encuentro", dice.
También tiene que cuidarse de los avivatos, pues no faltan quienes siendo parientes de las personas que entregaron en adopción y sabiendo del interés del que está en el exterior, pretendan obtener beneficios económicos. Por eso siempre se cuida de que en los encuentros haya un interés genuino de conocer al otro.
Así era esta caso. Por eso, a las tres de la tarde, Ramiro llegó con Diego Édison, sus dos hermanas, sus dos padres adoptivos y un traductor al inquilinato, a esperar a Carmenza.
"Todo el barrio estaba afuera porque la gente quería ver a Diego Édison, pues él era el hijo perdido de 'La negra', que venía después de muchos años -dice Ramiro-. Los hermanitos se le colgaron y él era fascinado con todos. La mamá siempre les dijo que ellos tenían un hermano mayor que se había perdido y ahora estaban con él. Él era nombrado en su familia, tenía un lugar, pero no estaba, hasta ese momento".
A los pocos minutos apareció Carmenza: "Llegó de su trabajo y entonces vinieron el abrazo, la emoción y el sentimiento, el llanto". Ahora el investigador está concentrado en otro caso, al fin y al cabo es un hombre calmado que disfruta trazando a mano los caminos de sus clientes, en hojas que va organizando en carpetas cafés. A sus 56 años, aunque reconoce que más de una vez se la han aguado los ojos en las reuniones, apenas dice: "Esos encuentros son muy intensos. Imagínese, son años queriendo saber del otro y, de pronto, encontrarlo...".----*Nombres cambiados para proteger la privacidad de las personas.