Lleva 44 años en Valencia «dando la vida por salvar la de los niños», según afirma orgullosa
-Todo empezó en Barcelona.
-Sí, en Barcelona, cuando tenía 17 años. Me había ido allí desde Galicia detrás de un chico.
-¿Detrás de un chico?
-Sí, sí, detrás de un chico, que yo ya llevo mucho recorrido. El chico, que era de mi pueblo, había emigrado a Barcelona y yo fui para allá, aunque en esos momentos dudaba entre casarme o ser religiosa. Dio la casualidad de que íbamos los dos por la plaza Urquinaona y al llegar a la altura del metro, en el hueco de un árbol, vimos dos niños recién nacidos allí tirados, muertos, con el cordón umbilical. Eso para mí fue como lo de San Pedro, cuando cayó del caballo.
-San Pablo.
-San Pablo, San Pablo. Es que mi parroquia es San Pedro y tengo mareado al pobre. Bien, pues no pude soportar la visión de aquellos niños recién nacidos. Y le dije al chico: mira, José María (él ahora está casado, tiene sus hijos, incluso hace poco que nos hemos visto allí en el pueblo), mira, José María, le dije, me ha dado un vuelco el corazón y creo que estoy obligada a defender a estos niños como sea. Y puesto que en Barcelona estaba el centro de madres solteras y gestantes le dije: tú búscate la vida como puedas, que yo ya la tengo buscada. Yo de ahora en adelante me voy a dar al Señor para que estos niños que están aquí tengan vida; voy a dar mi vida para que estos niños tengan vida.
-E ingresó en la orden.
-Me decían quienes me conocían que no iba a durar, que era muy trasto, pero ha sido al revés: las que eran un poquito piadositas son las que acabaron marchándose.
-Ya han pasado muchos años en la Casa Cuna, ¿cómo recuerda el principio?
-No teníamos Seguridad Social, no teníamos nada. Los partos se realizaban en casa, muchas chicas eran ocultas.
-¿Chicas ocultas?
-Se refugiaban aquí porque el novio o el compañero no querían saber nada. Ni los padres. Venían aquí a esconderse. Llegamos a tener 58 chicas, demasiadas. Ahora no se puede admitir esa cifra.
-¿Por qué?
-Entonces se admitía porque la gente también era más dócil. Ahora vienen muy marginadas, muy deterioradas. Y eso que entonces llevábamos una mala política: sólo recogíamos a la chica la primera vez que estaba embarazada; si volvía a estarlo, aquí ya no podía venir.
-No había segunda oportunidad.
-Era un error. Luego nos hemos dado cuenta de que nuestra misión es defender la vida y hay que acoger al primer hijo, al segundo o al tercero, porque la criatura no tiene la culpa de nada.
-Supongo que el perfil de las chicas ha cambiado mucho en estos 44 años que lleva usted en Valencia.
-Sí, claro. Antes eran fundamentalmente españolas. A veces muy jovencitas... Hemos tenido casos tremendos, como el de aquella chica, de la que me acuerdo perfectamente, que cumplía el mismo día los 13 años y los nueves meses de embarazo.
-Vaya.
-Espera, espera: era la mayor de cinco hermanas y se negaba a ver a su padre cuando este venía a visitarla. Un día la pobre no pudo aguantar más y reventó: confesó que la había violado su padre. Yo ya lo he pasado, decía, pero temo por mis hermanas menores. Dimos parte y metieron al hombre en la cárcel.
-Cada persona una tragedia.
-Hemos tenido de todo. Desde estos casos así, hasta universitarias con carreras. A veces estas decían a sus padres, para despistar, que iban al extranjero a trabajar. Estas no eran menores de edad, claro. Estas chicas, que tenían un nivel más elevado, escribían a nuestras hermanas europeas y ellas allí quitaban el sobre y remitían las cartas a España para que sus padres creyesen de verdad que se encontraban en Europa al ver el sello.
-Ahora es distinto.
-Totalmente. Ahora están menos cualificadas que entonces: algunas no saben leer, otras no saben español... Pero ahora vamos todos al hospital y antes daban a luz aquí, con el doctor Aviñó y el pediatra García Sala. Ahora tenemos otros problemas, por ejemplo, las que son drogodependientes.
-¿Qué hacen con una drogodependiente?
-Tener mucho cuidado. El año pasado tuvimos unas chicas que se drogaban, aunque al principio nos lo negaban. Pero, claro, llegó el momento que notábamos que había algo raro, algo que no cuadraba. Las vigilamos y descubrimos que cogían trapos húmedos y los ponían en los detectores de humo. Cuando llegábamos después olía a los olores estos que ya se sabe más o menos..., vamos, que olía a porro.
-¿Usted sabe cómo huelen los porros?
-Ya tengo una experiencia. Nos han enseñado, con charlas y todo, pero sobre todo es que lo hemos vivido. Estas dos o tres que se tomaban el porrete por las noches le rompieron el brazo a una educadora.
-¿Y qué hacen con estas chicas?
-Avisamos a Conselleria y las ayudan allí. Y sin embargo, aunque ahora son menos dóciles, las mujeres tienden más a quedarse con su hijo. Cuando empezamos era lo contrario: chicas bien que querían continuar la carrera, que querían volver a la familia, que el novio no sabía nada... Entonces tendían a dejar a los niños en adopción.
-¿Cómo acaban viniendo las chicas a la Casa Cuna?
-A través de Cáritas, de Cruz Roja, de trabajadoras sociales, de quienes nos conocen. O porque nos han visto en internet. Y luego también hay otra cosa muy importante: nos anunciamos en las Páginas Amarillas entre las clínicas abortivas. Y nos llaman confundidas: ¿Es la Clínica Santa Isabel? Es que quiero abortar y no sé cuánto me va a costar.
-¿De quién fue la idea?
-Pues no sé. Del Espíritu Santo. Les decimos que vengan y aquí les explicas el abanico de posibilidades que tienen para salir adelante: que pueden estar aquí todo el tiempo de gestación, dar aquí a luz, permanecer aquí durante un año, que hay una escuela infantil para los pequeños y unos talleres de aprendizaje para ellas, que les enseñamos a hacer un currículo. Y entonces ellas se desploman: ¡Y me habían dicho que no había otra alternativa, que sólo me quedaba abortar!
-Supongo que es cuando más se enorgullecen de su labor.
-Nos basamos en que ninguna mujer quiere abortar y sólo aborta si no tiene otra alternativa. Está sola, en la calle... Si las ves por la calle se nota, yo lo noto, que están pidiendo auxilio.
-¿Siempre hay sitio?
-Mira: si viene una adolescente que está en peligro de abortar, la alojamos aunque nos quedemos sin cama las monjas. Antes nos quedamos nosotras sin cama, que permitir que se quede en la calle una chica a la que están presionando para abortar.
-¿Ha ocurrido realmente?
-Pues alguna vez sí. Alguna monja, ¿eh? Tampoco todas.
-Lo que ustedes fundamentalmente necesitan es dinero.
-Mucho. Porque ellas vienen sin nada, ni siquiera documentación porque están de forma ilegal en España. Tenemos chicas de todas las religiones, de todos los partidos, de todas las razas, de todas las nacionalidades. Nosotras no escogemos el perfil, sino que cogemos a la persona.
-¿Dónde consiguen el dinero?
-De la Providencia. Hay gente que viene y que ayuda con 20 euros o con 50, con lo que puede. Y luego tenemos otras plazas que las paga la Conselleria. También los bancos: Bancaja, la CAM, Cajamurcia, que nos acaba de regalar una furgoneta.
-No siempre ha habido bancos detrás.
-A veces lo hemos pasado muy mal. Del 65 al 67 nadie nos ayudaba y teníamos que pagar la nueva casa. Íbamos por las eras a pedir arroz, por las casas a pedir limosnas; a Onteniente, cuando era el momento de la cosecha de garbanzos. Pasando hambre, pasando mil cosas.
-Y ahora con la crisis.
-Hay más afluencia. Antes tenían más medios, pero ahora el paro... Algunas están internas en las casas, pero las señoras las aguantan hasta última hora del embarazo y entonces las echan y ahí se las den todas.
-Al cabo de los años, supongo que también habrá alegrías.
-Muchas alegrías. Muchos niños que nacieron aquí nos escriben dándonos las gracias. Aunque también hay hijos que buscan a su madre y el problema es que sus madres no los buscan a ellos. Y nosotras no lo podemos saber: por aquí han pasado miles y miles de mujeres.
-¿No sabe el número exacto?
-Es difícil. Unas 1.500 o así. Y claro, como aquí cambiaban los nombres no quedaba nada. No es como ahora que sí que queda todo reflejado. Especialmente hay un chico que nació aquí y fue adoptado y que da mucha guerra porque es abogado.
-El que la denunció.
-Huyyy, madre mía. Un desastre.
-Cuente cuente.
-Estábamos en un corro coloquial con el presidente Camps, con Rita (Barberá) y otros cuantos. Le dije a Rita que me gustaría mucho volver al antiguo torno, aunque con otro nombre, para evitar que tiren a los recién nacidos a la basura. Alguien de detrás debía estar escuchando y grabándonos. Ay, madre mía. Al día siguiente me llamaron para decirme que, según un periódico, el abogado me había denunciado. Me acusaba de incitar a las mujeres a que abandonasen los hijos.
-Usted vive la vida muy de cerca.
-Y tanto. Ves tantas cosas, tantas injusticias. Hay tanta gente tan necesitada que no te importa quedarte sin comer para darles de comer. Incluso mujeres casadas vienen ocultamente: Madre, es que no tengo para el pan. Esto las monjas no lo saben y no quiero que lo comentes, pero acabas dándoles dinero. Es que te parten el alma. Pero bueno, Señor, unos tanto y otros tan poco.
-¿Qué es lo que no quiere que sepan las monjas?
-Que les doy dinero. Bueno, dilo si quieres. Ellas ya saben que les doy dinero, aunque no saben cuánto.
-Usted lee periódicos, ve la tele.
-La tele poco. Escucho la radio. Sólo cuentan desastres. Antes me gustaba ver las noticias, pero ahora. Críticas por aquí, pestes por allá. Positivo no ven nada
-Pregunta provocadora: ¿qué le parecen los 94 millones de euros pagados por un futbolista?
-No sé cuánto es eso. No sé ni cuánto es un millón. Vaya burrada. ¿Pero de dónde sacan los millones? ¿Es que los tienen enterrados en el sótano?
-Se supone que los pagan los aficionados yendo al campo, a través de la publicidad, abonándose a canales de televisión.
-No seré yo. Y eso que me gusta que gane el Valencia, porque mi sangre viene de Galicia pero yo soy valenciana. A mí el che me sale hasta sin querer. Tienes que ser de donde te dan de comer.
-Creo que más da usted que recibe.
-No, no. Mira: lo mejor de estas señoras a las que les das algo es que después te devuelven el triple; o vas al buzón y encuentras un sobre... No me digas que eso no es emocionante: manos que no dais, qué esperáis.