Con oscilaciones que van desde un 7 % de madres de menos de 20 años, en Capital, a más del 20 % en Chaco, el mapa de la maternidad precoz se parece bastante al de la inequidad. Pero eso no lo explica todo: el fenómeno se registra también en las clases media y alta, pese a tener más recursos y más información
Lorena Oliva
Angeles C. no sabe muy bien la razón por la que no tomó precauciones para evitar quedar embarazada cuando tenía 16; a Paz S. la maternidad le sonaba un destino tan lejano que no creyó necesario cuidarse a los 12; Rosa quería un hijo a sus 17 años para tener, por fin, algo realmente suyo...
Generalmente asociada con una etapa de despreocupación, mucho estar entre amigos y salidas nocturnas, la adolescencia es también el tiempo de la maternidad para decenas de miles de niñas y jóvenes argentinas. En 2007, del total de nacidos vivos -unos 700.792 bebes-, casi 110.000 tuvieron una madre de menos de 20 años. Y de ese total, en 2841 casos, una madre de menos de 15.
La brecha regional en este tema es tan amplia como lo es la del desarrollo. Incluso, es inversamente proporcional: las mayores tasas de fecundidad adolescente se dan ahí donde los recursos escasean, y viceversa. Esta fórmula, traducida en porcentajes, se comprueba en todas las provincias. Por ejemplo, en el Chaco, donde el 24,4 por ciento de los nacidos vivos en 2007 fueron hijos de madres de menos de 20 años, mientras que en Formosa esa franja de madres representó el 22,3 por ciento del total y en Misiones el 21,5 por ciento. En la ciudad de Buenos Aires, en cambio, la tasa de madres adolescentes fue del 7,2 por ciento.
Pero si bien el binomio inequidad-mayores tasas de fecundidad es ya de por sí preocupante, dos nuevas tendencias encienden aún más la alarma. Una de ellas -según señalan especialistas de la Sociedad Argentina de Pediatría y de la Sociedad Argentina de Ginecología Infantojuvenil- tiene que ver con el aumento de la fecundidad entre las menores de 15. La otra, con una nueva significación de la maternidad, percibida por las adolescentes ya no como el fruto de la inconsciencia o la transgresión, sino como un hecho capaz de darles un nuevo sentido a sus vidas y, con él, la reafirmación de su identidad.
"El del embarazo adolescente es un problema que avanza y se presenta cada vez a edades más tempranas. Hay un aumento de embarazos en adolescentes menores de 15 años que preocupa, sobre todo, porque tenemos en la actualidad un contexto de debilitamiento de las redes sociales, de incumplimiento de las funciones paternas con desintegración familiar y violencia intrafamiliar, de carencias afectivas que se suman a un mayor estímulo hacia la iniciación precoz desde el ambiente", alerta Patricia Goddard, coordinadora del comité de Adolescencia de la Sociedad Argentina de Pediatría (SAP).
"Frente a este complejo panorama, en muchas adolescentes, el embarazo aparece como única alternativa de un proyecto de vida", concluye la médica, quien tampoco subestima el impacto del consumo de alcohol y sustancias a edades cada vez más tempranas, muchas veces utilizadas por los jóvenes para desinhibirse.
La investigadora principal del Conicet en el Centro de Estudios de Población (Cenep), Edith Pantelides, también reconoce haber encontrado en sus investigaciones evidencias que apuntan en ese sentido. "Hemos encontrado evidencia anecdótica de que el hijo proporciona un paso a la adultez, al respeto, a dejar de ser la que cuida a los hermanos.
También están las chicas que dicen que no, que es perder la juventud, mucha responsabilidad, pero una vez nacido el hijo se percibe una especie de afirmación. "Una vez -recuerda-, una chica que tenía problemas con la suegra nos dijo sobre el padre de la criatura: ´Yo no lo necesito a él, yo ya tengo a mi hijo´. Y me recordó a esos muñecos que tienen adentro un peso, de manera que cuando uno los voltea se vuelven a levantar: los tentempié. Bueno, el hijo proveería ese equilibrio."
Sin saber por qué
Angeles Cirio tiene 21 años y dos hijos: Olivia, de 5 años y Vicente, de 2. Cuando quedó embarazada de su hija, llevaba 4 meses de novia con Juan Pablo. Ambos eran alumnos del colegio Juan XXIII, de Boulogne. "Desde un primer momento estuvimos de acuerdo en tenerlo, aunque también acordamos que yo me quedara en mi casa hasta que la beba fuera un poco más grande. Nos fuimos a vivir juntos cuando Oli ya tenía dos años."
Ahora, recién separada, Cirio continúa viviendo en esa misma casa, ubicada en la localidad de Punta Chica. Cinco años después de aquella experiencia, todavía no puede explicar muy bien por qué razón, sabiendo más de lo necesario acerca de cómo cuidarse, quedó embarazada. Y la inconsciencia, como único motivo, no le alcanza como explicación. "Estoy convencida de que quien no quiere embarazarse, toma las precauciones y no se embaraza. No sé bien qué buscaba yo en aquel entonces, jugando con fuego cuando sabía muy bien que me podía quemar...", reflexiona. Y recuerda toda la contención recibida por parte de su familia. "Mi mamá fue fundamental. Ella también tuvo un embarazo no planeado cuando tenía 19 años. Pero en aquel entonces, te casabas. A mí, en cambio, me pudo acompañar sin presiones."
Desde su labor como presidenta de la Sociedad Argentina de Ginecología Infantojuvenil, la médica Miriam Salvo aporta más diferencias entre los casos actuales y los que se daban hace dos generaciones: "En estos tiempos las familias acompañan más ya que muchas veces repiten la historia familiar: son hijas de madres que a su vez fueron madres adolescentes. Las adolescentes mayores de entre 18 y 19 años llegan, en su mayoría, con una relación estable de pareja. Pero lo más evidente es que muchas de las adolescentes no tienen otros proyectos."
Como es obvio suponer, la forma en que una adolescente atraviesa la experiencia de la maternidad varía según la clase social. Numerosas investigaciones marcan, incluso, notables diferencias en la forma de vivir la sexualidad. Y en esto también es fundamental la perspectiva de futuro que una adolescente tenga y sienta que tiene.
Así, por ejemplo, en un trabajo realizado junto con la socióloga Rosa Geldstein, la doctora Pantelides, del Cenep, puntualiza diferencias notables entre jóvenes de clase baja y de clase media alta. Entre los contrastes hallados puede mencionarse que, ante la pregunta acerca de qué se imaginaban haciendo a los 25 años, "formar una familia" fue la respuesta más mencionada entre las jóvenes encuestadas más pobres, en tanto que "estudiar o ejercer una profesión de nivel universitario" fue la opción preferida por la mayoría de sus pares de clase media alta.
El trabajo también consigna que las adolescentes de clase baja se habían iniciado sexualmente antes que sus pares de clase media alta; que conocen, en promedio, un menor número de métodos anticonceptivos, y que quienes no tomaron precauciones durante su iniciación sexual suelen compartir cierta creencia de que ese tipo de decisiones las toma -o no- el hombre sin que la mujer pueda hacer demasiado al respecto.
"Las entrevistadas de clase baja expresaron, con una frecuencia que duplicaba la de sus pares de clase media alta una visión fatalista de la vida según la cual ´por más que el ser humano se esfuerce no podrá escapar a su destino´. Este poner fuera de uno mismo el control de la propia vida es uno de los factores señalados como determinante de conductas de riesgo de embarazo no planeado, pues se traduce en una ausencia de control en la situación de intercambio sexual", alertan las investigadoras.
La Fundación para el Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM) estima que la proporción de casos en los sectores de bajos y altos recursos es de 17 a 1. Sin embargo, Mabel Bianco, directora de la organización, está lejos de subestimar ciertas conductas preocupantes entre las adolescentes más chicas de los sectores más favorecidos.
"Entre los sectores de mayores recursos suele ser frecuente que los padres no tengan demasiado tiempo para los hijos; esto, combinado con cierta creencia de que ´tampoco hay que ser tan coercitivo´ hace que los chicos no tengan demasiados límites, mientras, desde los medios, los bombardean con una incitación a la genitalidad. En este contexto, chicas y chicos terminan iniciándose sexualmente en forma precoz por temor a la presión de sus pares", analiza Bianco.
Paz S. llega algo tarde a su encuentro con LA NACION. ¿La razón?: una compañera de estudios le contó que había tenido relaciones sexuales con su novio y se les había roto el preservativo, por lo que la acompañó al Centro de Salud ubicado en cercanías de la escuela para que le dieran la "pastilla del día después". Paz se ha convertido en toda una referente para sus compañeras. El motivo no es menor: con sus 14 años recién cumplidos es mamá de Melody, una beba de 4 meses.
La mayoría de sus compañeras de primer año (de entre 13 y 14 años) ya se ha iniciado sexualmente, cuenta. Es alumna de una escuela media estatal ubicada en el barrio porteño de Villa Pueyrredón, a la que también asisten jóvenes de clase media de barrios como Villa Devoto, Villa Urquiza o Villa Ballester. Y recuerda que cuando tuvo que contarles a sus compañeros que estaba embarazada, todas se acercaron a abrazarla y una de ellas le dijo por lo bajo. "Te felicito por tener la valentía que yo no tuve". El papá de su hija es el hijo adoptivo de su padrastro. "Yo estaba enamorada de él. Sabía de los métodos anticonceptivos, pero nunca me imaginé que podía llegar a quedar embarazada."
Debido a su edad, tanto ella como su mamá pensaron que la falta de menstruación se debía a la irregularidad típica de quienes no hace tanto que menstrúan. En marzo de este año consultaron al médico y entonces apareció, irrefutable, la imagen de una columna vertebral en la pantalla de un aparato de ecografías: ya llevaba 5 meses de embarazo.
"Pasé por todos los estados: primero me deprimí mucho porque sentí que me cagaba la vida y pedí que me la sacaran. Pero mi familia me habló mucho y me hizo entender que la bebé no tenía la culpa. Y aunque al principio pensé en darla en adopción, después decidí quedármela."
Hoy cuenta con el apoyo de toda su familia (aunque no con el del papá de su hija) y especialmente con el de su mamá -tutora legal de Melody hasta que Paz cumpla la mayoría de edad-, quien suele ocuparse personalmente de los controles médicos de la beba en sus días francos como cajera de un hipermercado. "Trato de pedir turno en horarios en los que ella no tenga clases, así me acompaña, aunque no siempre consigo. En esos casos, prefiero hacerlo yo, porque me da un poco de miedo que viaje sola con la beba en colectivo. Aunque los roles están bien claros -asegura-: ella es la mamá, y mi marido y yo, los abuelos."
Madre e hija rescatan el apoyo que han recibido desde la escuela, con un régimen especial de faltas y la contemplación de algunos profesores. En estos momentos, Paz tiene cuatro materias bajas, aunque se la ve confiada en pasar de año.
Desde 1999, el gobierno de la ciudad de Buenos Aires comenzó a implementar un programa para evitar que las alumnas embarazadas dejaran sus estudios. Primero, en escuelas medias y técnicas ubicadas en zonas periféricas. Aunque ahora se aplica en todas las escuelas estatales. De acuerdo con fuentes del área de Educación del GCBA, no existe ningún programa similar en los colegios privados.
La evolución del programa es notable. Mientras que hace diez años funcionaba en 20 escuelas y brindaba acompañamiento pedagógico a 265 alumnos (padres o madres), este año lo hace en 125 escuelas y acompaña a 1813. El porcentaje de alumnos que logran retener también va en aumento: en 2005 se evitó que el 68% de los 937 alumnos participantes del programa abandonaran sus estudios. El año último, con casi 1500 alumnos, el índice fue del 78%.
"Las investigaciones previas decían que la maternidad adolescente es un factor de abandono escolar. Es cierto que eso sucede con quienes están en la escuela, pero en base a información que tenemos, no tanto de la Argentina sino más bien de América latina, se ve que la mayoría de las que se embarazan ya estaban fuera del circuito escolar y la mayoría tampoco trabajaba", sostiene Pantelides.
Con ella acuerda Fernando Zingman, coordinador del Programa de Salud Integral en la Adolescencia del Ministerio de Salud de la Nación. Y hace especial hincapié en las más chicas. "El caso de las niñas madres suele estar muy relacionado con el abandono escolar. Cuando dejan la escuela, al poco tiempo están embarazadas", describe.
Claro que también el problema de las niñas madres está relacionado con factores más oscuros. "El de las niñas madres es un problema que no debería existir: en la mayoría de los casos está relacionado con abusos o coerciones", agrega el funcionario.
Más allá de los casos que llegan a la opinión pública, como el de la niña de 11 años que en agosto tuvo un bebe en Corrientes tras haber sido violada por un amigo de la familia, estudios científicos confirman que en su gran mayoría, la iniciación sexual de las madres preadolescentes se dio en una clarísima situación de desventaja. Mientras que, entre las adolescentes más grandes, la diferencia de edad con sus parejas es de, por lo general cinco años, en el caso de las más chicas, esa brecha se amplía considerablemente. Algunos trabajos estiman que en alrededor del 80 por ciento de los casos, el hombre las supera en, al menos, diez años, mientras que en buena parte del resto, en veinte años o más.
Pero al trauma de sufrir una situación como ésta, se le suman mayores riesgos en términos de salud: la maternidad precoz es más riesgosa para la vida de la madre y la de su hijo.
Embarazos interrumpidos
"Actualmente estamos trabajando en un plan operativo de reducción de la mortalidad materna en las provincias que tienen los peores índices, que son las del NOA y el NEA. Del total de esas mujeres, un importante porcentaje es menor de 20 años", revela Zingman, del Ministerio de Salud, quien agrega que del total de esas muertes, entre la mitad y los dos tercios tuvo su causa en un aborto.
Nadie sabe exactamente cuántos abortos se realizan por año en nuestro país. En Salud se manejan con una estimación realizada por Pantelides hace algunos años, que oscilaba entre 300.000 y 500.000 abortos anuales. Pero nadie aproxima el porcentaje que correspondería a las adolescentes.
"Del embarazo adolescente sólo sabemos la parte del iceberg que está afuera, que son los nacimientos. La diferencia entre los embarazos propiamente dichos y los nacimientos es el aborto", explica Pantelides, pero no se atreve a dar una cifra.
Sobre este asunto sólo se tienen datos parciales que, sin embargo, hablan de una tendencia en aumento, como un trabajo del Ministerio de Salud que revela que entre 1995 y 2000 las internaciones en hospitales por complicaciones en abortos habían crecido un 46%. De estos, el 15% correspondía a adolescentes.
En numerosos hospitales y centros de salud del país, las adolescentes que así lo piden reciben la píldora del día después sin la necesidad de estar acompañadas por un adulto responsable. Aunque hay excepciones. "Algunos hospitales no las atienden siquiera cuando van a pedir asesoramiento. Pero cuando al tiempo vuelven, embarazadas, entonces sí", se lamenta Bianco, de FEIM.
En tanto que la píldora del día después evita la unión del espermatozoide con el óvulo (y no siempre es efectiva), otro medicamento que puede comprarse en las farmacias hoy circula de boca en boca como método abortivo: el misoprostol, indicado para otras dolencias y contraindicado en casos de embarazo porque, justamente, provoca contracciones.
Nadie sabe a ciencia cierta el impacto de este medicamento sobre el número total de abortos, pero algunos trabajos específicos ayudan a tener una idea. Un estudio realizado en el Servicio de Adolescencia del Hospital Argerich y disponible en Internet, "Riesgos en salud reproductiva. Uso indebido de misoprostol en adolescentes", reveló que de las 59 jóvenes encuestadas (de entre 13 y 21 años), poco más del 90 por ciento había usado misoprostol como método abortivo.
Paz S. deberá esperar a que su hija cumpla un año para empezar a salir a bailar con amigas. Entre las razones que da su mamá, una resuena especialmente: "A pesar de lo que le pasó, no deja de ser chica". De hecho, tanto ella como su beba son atendidas por la misma pediatra.