Llegaron sin hacer ruido y un día descubrimos que nuestras calles se habían llenado con sus establecimientos. Han entendido la crisis como una oportunidad para seguir creciendo, y lo han conseguido: un 30 % más que el resto.
Comprar material de oficina puede agotar una mañana y una cartera llena. Cómo imaginar abastecerse para todo un año en media hora, llenar un carro con bolígrafos a 4 céntimos, libretas a 10, carpetas a 12, archivadores a 15, DVDs a 20 céntimos y pagar por todo 60 euros.
El mayor esfuerzo ha sido deambular por un almacén de las dimensiones de dos campos de fútbol. Los obstáculos podrían haber sido mayores. Al acercarnos a la caja, un cartel advierte que sólo se permite la venta al por mayor, que necesitaremos licencia fiscal y que la compra mínima es de 300 euros. A la hora de pagar, ningún inconveniente. El dependiente de ojos rasgados sólo nos impide hacerlo con tarjeta de crédito y por factura nos entrega un albarán.
Estamos en Cobo Calleja, un descomunal chinatown al sur de Madrid, entre Fuenlabrada y Pinto. Este recinto fue concebido a principios de los 80 por el empresario Manuel Cobo Calleja -padre del actual vicealcalde de Madrid,Manuel Cobo- como el mayor polígono industrial de la época, que albergaría desde plantas siderúrgicas hasta talleres textiles.
Casi treinta años después, aquí residen más de 400 empresas de capital chino que almacenan buena parte del género que se vende en los comercios de nuestro país. Cobo Calleja es hoy la mayor superficie comercial asiática de Europa.
“Ha sido un proceso de ocho años”, relata Tomás Valenzuela, uno de los pocos aborígenes que, a duras penas, ha sobrevivido a la invasión oriental. Años atrás su negocio era la marroquinería. Tenía un almacén en el centro de Madrid, junto a la zona de El Rastro, y vendía artículos de piel fabricados en Ubrique.
Pero un día llegaron los chinos y decidieron montar en esa zona sus tiendas al por mayor. “Llegaban a una tienda o a un bar y comenzaban a medir las paredes”, cuenta este pequeño empresario. “Lo compraron todo”. El barrio se saturó, la distribución se hacía difícil y el tráfico imposible. Tomás decidió trasladar su negocio a Cobo Calleja y volver a empezar. Hoy comparte una nave con un almacenista chino de ropa y vende en su parcela artesanía importada de Tailandia e Indonesia.
Al principio, Tomás Valenzuela, al igual que otros comerciantes, trató de competir con los asiáticos. Colgaba banderitas de España en sus artículos para convencer al cliente de que el producto nacional era de mucha mejor calidad. “Me equivoqué -reconoce-, tenía que haberme ido a comprar a China cuando todavía había margen”. Lo intentó cuando ya era tarde. A finales de los 90 realizó algunos viajes, pero a la hora de vender el género se daba cuenta de que sus nuevos vecinos ofrecían lo mismo más barato de lo que él había comprado.
El comercio chino es un círculo cerrado, nos explica este comerciante venido a menos, y el margen para arañar algún beneficio es escaso desde que las mismas fábricas han decidido instalarse en España; ellos son quienes distribuyen a los almacenes y ellos son los mismos mayoristas que venden a la tienda. Un negocio redondo.
Vecinos silenciosos
Apenas conocemos a los chinos, para muchos son esos tenderos discretos a los que compramos el pan y la leche cuando llegamos tarde a casa. No sabemos nada de ellos, ni ellos de nosotros. No nos comentan qué tal el día o si parece que el tiempo ha enfriado, como nosotros tampoco preguntamos qué tal les va a sus hijos en el colegio. La relación se limita al intercambio de un producto por unas pocas monedas.
Pocas veces vemos a un chino en un hospital público, no demandan servicios sociales, no interponen denuncias, no acuden a los sindicatos, ni piden préstamos a los bancos.
Son vecinos silenciosos. Pero están ahí, están por todas partes. No hay una población mayor de 10.000 habitantes donde no haya un bazar chino y no hay casa en el centro de una gran ciudad que no tenga una tienda de alimentación china a menos de 500 metros.
Se calcula que hay más de 100.000 chinos en España -la mayor parte con papeles de residencia-, una comunidad relativamente pequeña si la comparamos con otros grupos de inmigrantes. Sin embargo, son los más dinámicos: un tercio de este colectivo está dado de alta como autónomo en la Seguridad Social y hay más de 10.000 empresarios chinos con más de un negocio a su nombre.
Es indudable que los chinos forman parte del empuje de nuestra economía. Sus negocios son los únicos que han crecido durante la actual crisis, sobre un 30%. Los últimos registros apuntan a más de 30.000 empresas establecidas por chinos en nuestro país. Restaurantes, bazares, establecimientos de alimentación, almacenes mayoristas, talleres textiles, tiendas de revelado, fruterías, peluquerías, centros de manicura y masaje son sus especialidades.
"Crean riqueza en España"
“Son muy dinámicos”, explica el profesor del Centro de Estudios Internacionales e Interculturales de la Universidad Autónoma de Barcelona y autor de La presencia china en el mundo, Joaquín Beltrán. “Han evitado la desaparición del pequeño comercio en las grandes ciudades. En ese sentido, ya están creando riqueza para España”.
Según diversas estimaciones, por cada establecimiento chino que abre cierran dos españoles. Posiblemente uno lo hace por la agresiva competencia y el otro porque prefiere alquilar su local a los chinos y retirarse. En algunas de las calles más comerciales de Madrid o Barcelona llegan a pagar hasta 8.000 euros mensuales.
Según el experto en estudios asiáticos Sean Golden, podríamos hablar de tres fases en el comportamiento de la emigración china: “Una primera es la llegada de familias chinas y la instalación de pequeños negocios. En una segunda fase, ciertos negocios se saturan y buscan otra inversión; como tienen capital, compran locales. En la tercera fase, comienzan a hacer negocios con China”.
En esa última etapa se encuentran un nutrido grupo de comerciantes chinos que han dejado de ser discretos para convertirse en influyentes empresarios. “Las fases se han acortado y ahora tienen capacidad para grandes inversiones -explica el profesor Joaquín Beltrán-.Una parte del capital se reinvierte en España y la otra va a China, al sector inmobiliario o a la Bolsa. Los chinos de ultramar se han convertido en el gran sector que invierte en China”.
Esos influyentes empresarios son, al mismo tiempo, miembros de las más de treinta asociaciones de chinos que existen en España. Su actividad surge con el nuevo siglo y atiende a la necesidad de contrarrestar la mala prensa. Las pocas noticias relacionadas con la comunidad china que aparecían en los medios españoles hablaban de falsificaciones, talleres clandestinos, trabajadores en régimen de esclavitud, crímenes o secuestros.
La imagen cambió con la aparición de agrupaciones como la Asociación de Chinos en España, los Jóvenes Empresarios Chinos o la Asociación de Comerciantes Chinos de España. En un primer momento sus representantes, personas de alto nivel económico y plenamente integradas, concedían entrevistas y se mostraban en público trasladando la imagen de una comunidad dinámica, amable y respetuosa.
Pero al poco tiempo de conseguir ese objetivo, comenzaron a relajarse. Ninguna de las asociaciones antes citada ha querido participar en este reportaje. “Sus fines son otros”, relata la autora de La comunidad china en España, Gladys Nieto. “Estas asociaciones son más un vehículo de incremento del prestigio de sus líderes que instrumentos de asistencia para los sectores más desfavorecidos de estos inmigrantes”.
Según esta estudiosa de la comunidad china, las asociaciones que tienen actualmente una mayor visibilidad entre las administraciones públicas españolas son aquellas que han sido apoyadas por la Embajada china. “Han adoptado una línea pro oficialista”, relata Gladys Nieto, “lo que buscan es incitar a los empresarios a invertir en la madre patria”. A la feria del comercio chino en Cantón celebrada el pasado mes de septiembre, asistieron como invitadas de honor más de 200 empresas e instituciones españolas.
La economía de la hormiga
La familia, el trabajo y el ahorro son los principales motores de esta silenciosa maquinaria. El objetivo primordial de los chinos que llegan a España es montar su propia empresa. Normalmente pagan con su mano de obra el dinero que ha costado su llegada, después vuelven a pedir un crédito a algún familiar pudiente -los llamados “cabezas de serpiente”- para establecerse por cuenta propia y reclaman a otros parientes para trabajar en el nuevo negocio.
La deuda se basa en una cuestión de honor, el trabajo en un deber indiscutible y la familia en un concepto tan amplio como ramas tiene un árbol genealógico. De hecho, el 80% de los chinos que residen en España proceden de la misma región: Zhejiang. Mínimo gasto y máximo ahorro son las claves de la economía que impera en el hormiguero chino. Pero sobre todo, esfuerzo.
No se puede competir con ellos porque casi nadie alcanza tal nivel de sacrificio. Renunciar al ocio, al descanso y al tiempo libre es un precio demasiado alto a pagar para ganar tan poco: un trabajador chino en España ronda los 300 euros mensuales, aunque siempre es más que los 50 de media que cobra en su país.
A punto de concluir, el país asiático celebra en su calendario este 2009 como el Año del Buey. Para los chinos este animal simboliza el trabajo, tirar para adelante, seguir silenciosamente aún cuando todo parece estar en contra, crear y triunfar a través del esfuerzo, el mérito, la perseverancia y la paciencia, que lograrán que el duro y congelado suelo suelte al fin su fuerza creadora y comience así la primavera. La estación añorada comienza a mostrar sus primeros ‘brotes verdes’ y es, precisamente, el buey chino el que está tirando del carro de la recuperación económica.
Leyendas chinas
Los chinos forman una de las comunidades de inmigrantes que menos conflictos genera y, al mismo tiempo, una de las menos integradas. Pocos se emplean en empresas que no estén administradas por chinos, pocos aprenden plenamente el idioma y muy pocos se casan o se relacionan con ciudadanos de distinto origen que el suyo.
De este férreo hermetismo surgen a menudo leyendas plagadas de estereotipos. Una de las más extendidas es que los chinos residentes en España no registran defunciones.
Sobre esta teoría se ha especulado que las mafias hacen desaparecer los cadáveres en cuanto mueren para vender sus papeles a otros compatriotas, por lo que habría en nuestro país un gran número de chinos con edades sobre el papel superiores a la centena.
La realidad es muy diferente, ya que de los chinos regularizados sólo el 2% son mayores de 65 años. La gran mayoría regresan a China en cuanto enferman o envejecen, de ahí que no se encuentren muchos en nuestros cementerios.
Existe otra, difícil de demostrar, aunque mucha gente da por hecho: los negocios chinos no pagan impuestos de sociedades durante los cinco primeros años. Lo cierto es que muchos establecimientos chinos son traspasados al cumplirse ese tiempo, por lo que nunca harían efectivo el pago de este tributo.
Desde 1990 existen diversos acuerdos entre los gobiernos de España y China para favorecer la creación de empresas de capital chino en nuestro país a cambio facilidades para las compañías españolas que operan en el país asiático en sectores como el textil, la importación, las infraestructuras o las telecomunicaciones; sin embargo, ninguno de ellos estipula la exención de impuestos.
El mayor esfuerzo ha sido deambular por un almacén de las dimensiones de dos campos de fútbol. Los obstáculos podrían haber sido mayores. Al acercarnos a la caja, un cartel advierte que sólo se permite la venta al por mayor, que necesitaremos licencia fiscal y que la compra mínima es de 300 euros. A la hora de pagar, ningún inconveniente. El dependiente de ojos rasgados sólo nos impide hacerlo con tarjeta de crédito y por factura nos entrega un albarán.
Estamos en Cobo Calleja, un descomunal chinatown al sur de Madrid, entre Fuenlabrada y Pinto. Este recinto fue concebido a principios de los 80 por el empresario Manuel Cobo Calleja -padre del actual vicealcalde de Madrid,Manuel Cobo- como el mayor polígono industrial de la época, que albergaría desde plantas siderúrgicas hasta talleres textiles.
Casi treinta años después, aquí residen más de 400 empresas de capital chino que almacenan buena parte del género que se vende en los comercios de nuestro país. Cobo Calleja es hoy la mayor superficie comercial asiática de Europa.
“Ha sido un proceso de ocho años”, relata Tomás Valenzuela, uno de los pocos aborígenes que, a duras penas, ha sobrevivido a la invasión oriental. Años atrás su negocio era la marroquinería. Tenía un almacén en el centro de Madrid, junto a la zona de El Rastro, y vendía artículos de piel fabricados en Ubrique.
Pero un día llegaron los chinos y decidieron montar en esa zona sus tiendas al por mayor. “Llegaban a una tienda o a un bar y comenzaban a medir las paredes”, cuenta este pequeño empresario. “Lo compraron todo”. El barrio se saturó, la distribución se hacía difícil y el tráfico imposible. Tomás decidió trasladar su negocio a Cobo Calleja y volver a empezar. Hoy comparte una nave con un almacenista chino de ropa y vende en su parcela artesanía importada de Tailandia e Indonesia.
Al principio, Tomás Valenzuela, al igual que otros comerciantes, trató de competir con los asiáticos. Colgaba banderitas de España en sus artículos para convencer al cliente de que el producto nacional era de mucha mejor calidad. “Me equivoqué -reconoce-, tenía que haberme ido a comprar a China cuando todavía había margen”. Lo intentó cuando ya era tarde. A finales de los 90 realizó algunos viajes, pero a la hora de vender el género se daba cuenta de que sus nuevos vecinos ofrecían lo mismo más barato de lo que él había comprado.
El comercio chino es un círculo cerrado, nos explica este comerciante venido a menos, y el margen para arañar algún beneficio es escaso desde que las mismas fábricas han decidido instalarse en España; ellos son quienes distribuyen a los almacenes y ellos son los mismos mayoristas que venden a la tienda. Un negocio redondo.
Vecinos silenciosos
Apenas conocemos a los chinos, para muchos son esos tenderos discretos a los que compramos el pan y la leche cuando llegamos tarde a casa. No sabemos nada de ellos, ni ellos de nosotros. No nos comentan qué tal el día o si parece que el tiempo ha enfriado, como nosotros tampoco preguntamos qué tal les va a sus hijos en el colegio. La relación se limita al intercambio de un producto por unas pocas monedas.
Pocas veces vemos a un chino en un hospital público, no demandan servicios sociales, no interponen denuncias, no acuden a los sindicatos, ni piden préstamos a los bancos.
Son vecinos silenciosos. Pero están ahí, están por todas partes. No hay una población mayor de 10.000 habitantes donde no haya un bazar chino y no hay casa en el centro de una gran ciudad que no tenga una tienda de alimentación china a menos de 500 metros.
Se calcula que hay más de 100.000 chinos en España -la mayor parte con papeles de residencia-, una comunidad relativamente pequeña si la comparamos con otros grupos de inmigrantes. Sin embargo, son los más dinámicos: un tercio de este colectivo está dado de alta como autónomo en la Seguridad Social y hay más de 10.000 empresarios chinos con más de un negocio a su nombre.
Es indudable que los chinos forman parte del empuje de nuestra economía. Sus negocios son los únicos que han crecido durante la actual crisis, sobre un 30%. Los últimos registros apuntan a más de 30.000 empresas establecidas por chinos en nuestro país. Restaurantes, bazares, establecimientos de alimentación, almacenes mayoristas, talleres textiles, tiendas de revelado, fruterías, peluquerías, centros de manicura y masaje son sus especialidades.
"Crean riqueza en España"
“Son muy dinámicos”, explica el profesor del Centro de Estudios Internacionales e Interculturales de la Universidad Autónoma de Barcelona y autor de La presencia china en el mundo, Joaquín Beltrán. “Han evitado la desaparición del pequeño comercio en las grandes ciudades. En ese sentido, ya están creando riqueza para España”.
Según diversas estimaciones, por cada establecimiento chino que abre cierran dos españoles. Posiblemente uno lo hace por la agresiva competencia y el otro porque prefiere alquilar su local a los chinos y retirarse. En algunas de las calles más comerciales de Madrid o Barcelona llegan a pagar hasta 8.000 euros mensuales.
Según el experto en estudios asiáticos Sean Golden, podríamos hablar de tres fases en el comportamiento de la emigración china: “Una primera es la llegada de familias chinas y la instalación de pequeños negocios. En una segunda fase, ciertos negocios se saturan y buscan otra inversión; como tienen capital, compran locales. En la tercera fase, comienzan a hacer negocios con China”.
En esa última etapa se encuentran un nutrido grupo de comerciantes chinos que han dejado de ser discretos para convertirse en influyentes empresarios. “Las fases se han acortado y ahora tienen capacidad para grandes inversiones -explica el profesor Joaquín Beltrán-.Una parte del capital se reinvierte en España y la otra va a China, al sector inmobiliario o a la Bolsa. Los chinos de ultramar se han convertido en el gran sector que invierte en China”.
Esos influyentes empresarios son, al mismo tiempo, miembros de las más de treinta asociaciones de chinos que existen en España. Su actividad surge con el nuevo siglo y atiende a la necesidad de contrarrestar la mala prensa. Las pocas noticias relacionadas con la comunidad china que aparecían en los medios españoles hablaban de falsificaciones, talleres clandestinos, trabajadores en régimen de esclavitud, crímenes o secuestros.
La imagen cambió con la aparición de agrupaciones como la Asociación de Chinos en España, los Jóvenes Empresarios Chinos o la Asociación de Comerciantes Chinos de España. En un primer momento sus representantes, personas de alto nivel económico y plenamente integradas, concedían entrevistas y se mostraban en público trasladando la imagen de una comunidad dinámica, amable y respetuosa.
Pero al poco tiempo de conseguir ese objetivo, comenzaron a relajarse. Ninguna de las asociaciones antes citada ha querido participar en este reportaje. “Sus fines son otros”, relata la autora de La comunidad china en España, Gladys Nieto. “Estas asociaciones son más un vehículo de incremento del prestigio de sus líderes que instrumentos de asistencia para los sectores más desfavorecidos de estos inmigrantes”.
Según esta estudiosa de la comunidad china, las asociaciones que tienen actualmente una mayor visibilidad entre las administraciones públicas españolas son aquellas que han sido apoyadas por la Embajada china. “Han adoptado una línea pro oficialista”, relata Gladys Nieto, “lo que buscan es incitar a los empresarios a invertir en la madre patria”. A la feria del comercio chino en Cantón celebrada el pasado mes de septiembre, asistieron como invitadas de honor más de 200 empresas e instituciones españolas.
La economía de la hormiga
La familia, el trabajo y el ahorro son los principales motores de esta silenciosa maquinaria. El objetivo primordial de los chinos que llegan a España es montar su propia empresa. Normalmente pagan con su mano de obra el dinero que ha costado su llegada, después vuelven a pedir un crédito a algún familiar pudiente -los llamados “cabezas de serpiente”- para establecerse por cuenta propia y reclaman a otros parientes para trabajar en el nuevo negocio.
La deuda se basa en una cuestión de honor, el trabajo en un deber indiscutible y la familia en un concepto tan amplio como ramas tiene un árbol genealógico. De hecho, el 80% de los chinos que residen en España proceden de la misma región: Zhejiang. Mínimo gasto y máximo ahorro son las claves de la economía que impera en el hormiguero chino. Pero sobre todo, esfuerzo.
No se puede competir con ellos porque casi nadie alcanza tal nivel de sacrificio. Renunciar al ocio, al descanso y al tiempo libre es un precio demasiado alto a pagar para ganar tan poco: un trabajador chino en España ronda los 300 euros mensuales, aunque siempre es más que los 50 de media que cobra en su país.
A punto de concluir, el país asiático celebra en su calendario este 2009 como el Año del Buey. Para los chinos este animal simboliza el trabajo, tirar para adelante, seguir silenciosamente aún cuando todo parece estar en contra, crear y triunfar a través del esfuerzo, el mérito, la perseverancia y la paciencia, que lograrán que el duro y congelado suelo suelte al fin su fuerza creadora y comience así la primavera. La estación añorada comienza a mostrar sus primeros ‘brotes verdes’ y es, precisamente, el buey chino el que está tirando del carro de la recuperación económica.
Leyendas chinas
Los chinos forman una de las comunidades de inmigrantes que menos conflictos genera y, al mismo tiempo, una de las menos integradas. Pocos se emplean en empresas que no estén administradas por chinos, pocos aprenden plenamente el idioma y muy pocos se casan o se relacionan con ciudadanos de distinto origen que el suyo.
De este férreo hermetismo surgen a menudo leyendas plagadas de estereotipos. Una de las más extendidas es que los chinos residentes en España no registran defunciones.
Sobre esta teoría se ha especulado que las mafias hacen desaparecer los cadáveres en cuanto mueren para vender sus papeles a otros compatriotas, por lo que habría en nuestro país un gran número de chinos con edades sobre el papel superiores a la centena.
La realidad es muy diferente, ya que de los chinos regularizados sólo el 2% son mayores de 65 años. La gran mayoría regresan a China en cuanto enferman o envejecen, de ahí que no se encuentren muchos en nuestros cementerios.
Existe otra, difícil de demostrar, aunque mucha gente da por hecho: los negocios chinos no pagan impuestos de sociedades durante los cinco primeros años. Lo cierto es que muchos establecimientos chinos son traspasados al cumplirse ese tiempo, por lo que nunca harían efectivo el pago de este tributo.
Desde 1990 existen diversos acuerdos entre los gobiernos de España y China para favorecer la creación de empresas de capital chino en nuestro país a cambio facilidades para las compañías españolas que operan en el país asiático en sectores como el textil, la importación, las infraestructuras o las telecomunicaciones; sin embargo, ninguno de ellos estipula la exención de impuestos.