Luchan a diario contra las tradiciones, la discriminación y la censura del Gobierno. Los homosexuales del país más poblado del mundo comienzan a reivindicar su identidad
Al llegar la noche, las luces de neón de los bares y discotecas que bordean el lado oeste del Estadio de los Trabajadores centellean como los ojos de los cientos de jóvenes que se lanzan a disfrutar del ocio de Pekín. Coches de las mejores marcas se detienen ante las puertas de los locales, donde los porteros reservan un lugar preferente para los Porsche y BMW que dan prestigio a sus fachadas. De los vehículos se bajan chicas de melena suelta y piernas largas, acompañadas de chicos de camisa bien planchada y cartera abultada. Otros llegan en taxi, en pareja o en grupos, dispuestos a enjugar la sed a golpe de cóctel de té con whisky y zarandear el cuerpo bajo la música martillo apisonadora de los dj's hasta altas horas de la madrugada.
En la acera de enfrente, sin embargo, una hilera de luces violetas identifica un local muy diferente: Destination. El edificio, discreto y con entrada trasera, alberga una gran discoteca con pista de baile, varios bares y un reguero de salas con sofás. Aquí se reúnen cada fin de semana cientos de gays de la capital, en busca de un lugar en el que divertirse y dejar atrás el rechazo y la discriminación a los que se enfrentan casi a diario en este país en el que la homosexualidad fue considerada una enfermedad mental hasta 2001.
Apoyado en una pared, envuelto en la luz cálida de una de las salas, Ben, de 25 años, que como casi todos los homosexuales en China utiliza nombre inglés o seudónimo, cuenta cómo ha forjado su identidad en la intolerancia y el silencio. "Cuando estaba en el colegio, tenía un amigo que me llevaba cada día a clase en su bicicleta. Tenía sentimientos muy fuertes hacia él. Éramos amigos íntimos, nada sexual. Hasta mi primer año en la universidad, no me di cuenta de que yo realmente era gay. Conocí a un hombre de 39 años por Internet y tuvimos un encuentro sexual. Lo dejamos tras graduarme, pero seguimos siendo amigos", dice este joven apuesto, vestido con camiseta blanca, vaqueros y un collar de gruesas cuentas.
Ben dice que sus padres no saben que es homosexual. Huyó de su ciudad natal, Xian, y se fue a Pekín para que no se enteraran. "Nunca dejaré que lo sepan. China es un país muy tradicional. Existe mucha discriminación contra los gays. No puedo respirar. No hay espacio para nosotros. Todas las semanas vengo un día a Destination. Aunque no encuentre novio, me gusta ver a la gente porque somos similares".
El secreto de Ben es el de millones de personas en China, que guardan su verdadera identidad sexual para los amigos más cercanos. La situación ha cambiado mucho desde los años siguientes a la revolución comunista (1949), cuando la homosexualidad era considerada una enfermedad propia del decadente Occidente y las sociedades feudales, y los gays eran perseguidos. Pero hasta 1997 no fue despenalizada y, aunque actualmente no existe ninguna ley que la prohíba como ocurre en otros países asiáticos, gays, lesbianas, bisexuales y transexuales se ven obligados a menudo a ocultar sus preferencias, presionados por una sociedad extremadamente tradicional y un Gobierno que silencia las reivindicaciones de estos colectivos.
Muchas páginas en Internet sobre temas homosexuales están bloqueadas, sus festivales son censurados y prohibida la exhibición en los cines de sus películas. También ha habido noticias de estudiantes expulsados de la universidad por este motivo.
Los homosexuales tienen vetado donar sangre. El Gobierno justifica esta medida por motivos sanitarios. Según dice, "la incidencia de las enfermedades de transmisión sexual, incluida el sida, es más alta en grupos como drogadictos y homosexuales". Shanghai organizó en junio del año pasado su primer festival del orgullo homosexual. Pero no fueron permitidos desfiles públicos y las autoridades municipales obligaron a cancelar varias proyecciones de películas y una obra de teatro.
Xu Bin, de 37 años, fundadora de Tongyu (lenguaje común), una de las primeras asociaciones de lesbianas como ella, asegura que "la mayoría de los homosexuales continúa viviendo en el armario". "Sufren una gran presión social y no se atreven a decírselo a sus familias por miedo a no ser aceptados. Desde 2001, China no los considera enfermos mentales, pero aún hay muchas clínicas psicológicas intentando curarlos".
La mayor presión, sin embargo, viene del entorno familiar. La tradición en China dicta que todo hijo debe casarse y tener descendencia. Su ausencia es considerada una de las mayores ofensas al amor paterno-filial, por lo que muchos homosexuales renuncian a ser ellos mismos para cumplir las expectativas de las familias. "Lo mejor es no contarles a mis padres que soy gay. Les haría mucho daño. Si encuentro a una chica guapa, alta, delgada y con grandes ojos, me casaré", dice Xiao Liu (nombre ficticio), un joven de 25 años de la provincia norteña de Liaoning, que estudia mercadotecnia y dice que ha tenido parejas y amantes de ambos sexos, aunque prefiere a los hombres.
La situación se ve agravada por la política de hijo único, ya que la carencia de hermanos puede provocar la interrupción de la línea genealógica. De ahí que haya padres que presentan posibles novias a sus hijos, incluso después de que éstos les hayan revelado que son homosexuales. Algunos gays, llamados en chino tongzhi (camarada), y lesbianas (lala, abreviatura de la palabra inglesa lesbian) optan por celebrar matrimonios de conveniencia con amigos del otro sexo que también son homosexuales, a menudo, sin registrar la unión legalmente. Al principio, viven juntos en un juego de apariencias que parece contentar a todo el mundo; luego, como millones de otras parejas en China, se divorcian. "Yo conozco a gente que lo ha hecho. Firman un acuerdo para no mezclarse en los asuntos del otro", explica Xiao Liu. Pero ¿qué ocurre cuando los padres reclaman un nieto? "Les puedes decir que no te gustan los niños", contesta. El Gobierno cifra entre 10 y 15 millones el número de homosexuales en China, aunque los investigadores estiman que hay unos 30 millones, entre ellos, 10 millones de lesbianas. Un numeroso colectivo con el que las autoridades mantienen una difícil relación. Tras la eliminación de las leyes en contra de la homosexualidad, Pekín adoptó la llamada política de los tres no es, "no apoyo, no oposición, no promoción", lo que en la práctica significa que el rechazo y la discriminación siguen instalados en las estructuras oficiales, bajo el argumento de que la homosexualidad no responde a los valores tradicionales.
Algunos sociólogos discrepan. Las relaciones entre personas del mismo sexo durante dinastías como Han, Song, Ming o Qing están claramente documentadas, y el país posee una larga tradición artística y literaria al respecto. El sueño del pabellón rojo, una de las cuatro grandes novelas clásicas chinas (siglo XVIII), incluye personajes homosexuales. Además, a diferencia de religiones como el cristianismo o el islam, el confucianismo y el taoísmo no consideran pecado la homosexualidad. El confucianismo pide al hombre que prolongue la línea familiar; si luego tiene amantes varones, es asunto suyo.
Aunque en las zonas rurales siga siendo un tema tabú, la actitud de la sociedad china está cambiando a gran velocidad, los Gobiernos municipales se muestran más tolerantes, y en los últimos años se ha producido una eclosión de bares, tiendas y productos dirigidos a homosexuales. "Las ideas tradicionales cambiarán en el futuro, pero dependerá de cómo evolucione la educación. China necesita tiempo", dice Zhang Baichuan, investigador en temas de homosexualidad, ligado al Ministerio de Sanidad.
Si Destination es el hogar de los gays en Pekín, las lesbianas acuden al bar Feng y la discoteca Paw Paw, en el centro. Ouren, de 30 años, que también utiliza apodo, organiza cada viernes una velada en Paw Paw, en el que los hombres tienen vetado el acceso. "Mis padres saben que soy lesbiana. La gente a mi alrededor no me apoya, pero tampoco me desaprueba", afirma. En el interior del local, un centenar de chicas, la mayoría de poco más de veinte años, bebe y baila con barra libre por 80 yuanes (8,6 euros). Algunas llevan el pelo corto, otras lucen melena larga y vestido estilo muñeca Barbie. Tumbadas en un sofá, dos chicas se besan ajenas a la música. Al poco rato, llegan dos jóvenes, que parecen rusas, en minifalda, se dirigen a las dos barras verticales situadas cerca de la pista, se agarran al metal y comienzan a bailar haciendo acrobacias. Las clientas aplauden entusiasmadas.
Mientras muchos homosexuales niegan su condición y sufren en silencio, otros la enarbolan con orgullo, influidos por la información que reciben en Internet a pesar de los filtros existentes. "La mayoría sufre muchas presiones, pero nosotras no. No tenemos miedo de nuestros familiares", dice Zhongzi (su apodo), de 22 años, que vive con su novia y otras dos parejas de jóvenes lesbianas en un funcional apartamento en Tongzhou, 20 kilómetros al sureste de Pekín.
Pero aún queda mucho camino por recorrer. El colectivo vivió un espejismo de apertura el pasado enero, cuando se convocó el primer concurso de belleza Mr. Gay del país, en Pekín, para elegir al representante chino en la competición internacional en Noruega de este mes. La policía canceló el acto horas antes de celebrarse, advirtiendo a los jóvenes que no quería que ningún chino participara en el evento en Noruega. En respuesta, organizadores y concursantes eligieron en secreto a su representante, Xiaodai Muyi, de 26 años, que, desafiando a las autoridades, viajó a Oslo y el pasado fin de semana logró el cuarto puesto. -