Una cruzada por adoptar niños en Haití

Les cerraban la puerta en la cara. Pero estaban convencidas. Sus hijas habían nacido en Haití y ellas tenían que ir a buscarlas. Cada una partió sola. Fueron testigos de la miseria y de las necesidades de los niños. Con sus hijas en Chile, hoy están fundando una corporación para cuidar a esos niños y ayudar a que sean adoptados por familias chilenas. "Cuando vas a Haití, nunca vuelves a ser la misma persona", aseguran.

Por Ximena Urrejola B. Fotos: Carla Dannemann La certeza absoluta de la adopción

Rosemary Donoso, subgerente mesa renta fija de la corredora LarraínVial, casada hace casi 20 años, tres hijos biológicos, un día de 2006 se despertó con una convicción irrevocable: su cuarto hijo tenía que ser de Haití. Para su marido, Marcos Ramírez, era una locura. Su círculo cercano le advertía que por qué se iba a complicar así la vida. Tenía 35 años, la posibilidad cierta de tener otro hijo, pero para ella era una obsesión. No quería otra guagua biológica. No quería adoptar en Chile. Después de haber estado enviando ayuda a ese país centroamericano durante años a través de la embajada chilena en Puerto Príncipe, y de estar informada a cabalidad de la situación de los niños huérfanos y abandonados, en su cabeza y en su corazón tenía una certeza: su cuarto hijo estaba en Haití y ella tenía que ir a buscarlo.
-Comencé a averiguar cómo lo podía hacer y lo único que encontré fueron portazos. Me di cuenta de que para una mujer de mi edad, con la posibilidad de tener más hijos propios, era casi imposible adoptar, tanto aquí como en el extranjero, porque se les da prioridad a las parejas que no tienen ningún hijo.
Rosemary estaba decidida. Fue al Sename, trataron de convencerla de que iniciara un trámite de adopción en Chile, que demoraría, con suerte, dos años. Ella les dijo: "Me voy". Según ella, no estaba dispuesta a tener un embarazo de dos años, sabiendo que todos los días morían de hambre niños en Haití. Sabía que aunque no existía un convenio de adopción internacional, si llenaba todos los papeles que le pedían en ese país -incluidos exámenes psicológicos y de idoneidad familiar- podría traerse a ese hijo que sabía la estaba esperando.
Bárbara Vigouroux (32), empleada de una exclusiva tienda de ropa deportiva y full deportista al igual que su marido David Vega, juntos hace 14 años, creció con la idea de que iba a adoptar un hijo. Siempre lo quiso. La posibilidad de tener un hijo biológico nunca estuvo en sus planes. Nunca lo sintió como una necesidad. Cuando empezó a pololear con su marido se lo advirtió: "Yo no voy a tener hijos: voy a adoptar". Él nunca se lo tomó demasiado en serio y la convenció de tener una guagua entre los dos. Durante tres años se hizo seguimiento folicular y no hubo caso. Los médicos le dijeron que lo suyo se llamaba "anovulación crónica" y que era mejor que por un tiempo no lo siguiera intentando.
Durante todo este tiempo, la cabeza y el corazón de Bárbara estaban en Haití. Conocía la situación de los niños por las noticias que veía en la televisión, gracias a internet. Corría fines de 2006 y Bárbara no se podía sacar de la cabeza a ese hijo que sabía la necesitaba. Se lo planteó sin rodeos a su marido: "Me voy a adoptar a Haití".
-Empecé a buscar información en internet y me encontré con sitios web que ofrecen niños en adopción si pagas 15 mil dólares, un tráfico de niños. Pero lo mío era de verdad: me contacté con el Sename. Trataron de convencerme de que no lo hiciera. Pero, por esas cosas de la vida, conocí a Rosemary. Para mí, no había vuelta atrás.

El encuentro con sus hijas

Después de mucho golpear puertas y de cumplir con la larga serie de requisitos, a Rosemary le dieron la autorización para viajar. Dos semanas antes le habían avisado que al orfanato "El buen samaritano", en la periferia más pobre y lúgubre de Puerto Príncipe, habían llegado dos niñitas recién nacidas. Una estaba en muy malas condiciones: hija de una humilde mujer de 18 años, que no tenía ni siquiera para alimentarse ella misma, estaba desnutrida y deshidratada. La otra era hija de una pareja que ya tenía cinco niñitas, y que no les alcanzaba para alimentar adecuadamente ni siquiera a una.
-Elegí a la más desvalida. Por lo menos la otra tenía padres y hermanas, y aunque se comieran un pedazo de pan entre todos, iba a estar acompañada. La otra no: tenía 11 días y ya estaba con graves riesgos de morir de inanición. Además, una niñita de 11 días me hacía mucho más sentido, por el tema del apego. Quería que en su disco duro tuviera la menos información de abandono posible.
Rosemary partió sola. No sabía con lo que se iba a encontrar. Reservó cuatro noches en el hotel Montana -el mismo donde murió María Teresa Dowling-, pensando que en esos días alcanzaría a hacer todo el papeleo con que tenía que cumplir. Dice que la miseria con que se encontró supera a cualquier imaginación loca. Y eso que corría el año 2006, y no existían los estragos del terremoto. Aún así, dice que nunca sintió miedo.
Se bajó del avión y partió rauda al orfanato. Consigo llevaba 300 kilos de ropa y alimentos para los 80 niños que allí sobrevivían. Rosemary sabía que una vez que conociera a su hija no se despegaría más de ella; por eso se lo tomó con calma. Antes de verla vistió a cada uno de los niños: chalitas, un short, una polera. Vestidos para las niñitas. Una barrita de cereales para cada uno, además de útiles escolares. Cuando todos estuvieron listos, estuvo dispuesta a conocer a su hija.
-Entré a un cuartucho -porque no alcanzaba para pieza- y vi una litera con una sábana café, pero café por mugre, por suciedad. Encima estaba mi Vale, era un piojito: tenía once días y pesaba 1 kilo 800 gramos. Estaba de espaldas mirando hacia el techo. Obviamente que la ropa que yo le había enviado nunca se la pusieron. Justo la iban a empezar a limpiar, para entregármela: en el suelo había un balde con agua café y unos traperos asquerosos. De repente la señora del orfanato le dice: "Llegó tu mamá". La Vale movió su cabecita, me miró y fue algo increíble: "Es mi hija -dije-. No tengo ninguna duda de que es mi hija". Y nunca me dejó de mirar. Me puse de rodillas a su lado, saqué las toallitas húmedas, el hipoglós, le traté de limpiar sus llagas, le puse un "osito" color rosado, calcetines rosados, todo rosado. Lo único que quería era transportarme con ella a Santiago sin tener que pasar por nada más. Abracé a todos los del orfanato, incluso a su madre biológica, que también se llama Rosemary.
Después de ocho días haciendo trámites viajó con su hija a Chile.
Siempre en contacto con Haití, ese mismo año, 2006, Rosemary Donoso recibió un llamado desde Puerto Príncipe: "Me he acordado mucho de ti porque acaba de llegar una guagüita igual a tu Vale al orfanato", le dijo una voz amiga. Rosemary sabía que cada día que pasaba era un día en que esa guagua podía morir y se desesperó. Sin luz, sin agua, sin jabón, sin alimentos: no podía sacarse la imagen de los niños del orfanato de la cabeza. Hasta que se acordó de Bárbara Vigouroux, quien se había contactado con ella a través del mail un tiempo antes.
-La llamé por teléfono y le dije: "Bárbara, tengo un problema y tienes que responder rápido: llegó una guagua al orfanato, una niñita, tiene menos de un mes, necesito saber si te la vas a jugar por ir a buscarla: sí o no".
Bárbara no alcanzó a contestar cuando salió corriendo. Dejó botado su trabajo. ¡Nació mi hija! ¡Nació mi hija!, gritaba emocionada.
-Partí corriendo a hablar con David. Yo lloraba a mares. Él no entendía nada, yo no podía dejar de llorar, pensó que me había pasado algo grave. Hasta que logré decirle que mi hija había nacido en Haití y que tenía que partir a buscarla. Ese mismo día empecé a hacer todos los trámites. Le mandé leche para que la alimentaran hasta que yo pudiera viajar. Esas dos semanas sufrí hasta el fondo de mi alma. No podía dormir. Sabía que en cualquier momento podía morir. Que en cualquier momento se podía enfermar.
Al igual que Rosemary, partió sola. Y desde el aeropuerto llegó directo al orfanato "El buen samaritano". Cuando se la entregaron no podía parar de llorar de la emoción. Fue tanto así que los haitianos le preguntaron: "¿No le gusta la guagua?" -cuenta hoy, divertida.
-En las fotos, Amélie se veía grande, pero la realidad era que tenía un mes y medio de vida y pesaba apenas dos kilos. Su abdomen estaba inflado y duro. Estaba con mucha diarrea y deshidratada. Le habían dado de comer tallarines molidos, porque no había otra opción. Y dormía y dormía. Cuando despertó me di cuenta de que tenía algo raro en la mirada, los ojitos pegados mirando hacia arriba en todo momento. Pensé que podía haber nacido con un problema neurológico. Pero nada me importaba. También tuve que hacerle el examen del VIH. Nunca me importó lo que pudiera tener. Desde el momento en que Rosemary me llamó, esa niñita era mi hija: nunca dudé.
A los dos días de estar las 24 horas abrazando a Amélie, su hija despertó de su letargo. Acostada con ella descansando, comenzó a hablarle de que su papá la estaba esperando en la casa, que en Santiago iba a tener una pieza preciosa. De repente, los ojitos pegados de Amélie se comenzaron a mover.
-Fueron dos días de estímulo y buena alimentación para que despertara. Y de apego, de mamá, de brazos, de besos, de cariños. A partir de ese día, nunca más paró de reírse, de hacer bulla, de moverse, como cualquier guagua. En ese momento me volvió la energía al cuerpo, se me acabó el miedo. La única dificultad que tenía era conseguirme agua de pozo para hervirla y hacerle su leche. Nunca más nos separamos.
A los pocos meses de llegar con Amélie, Bárbara se dio cuenta de que estaba embarazada. Con su hermano Diego tienen sólo 11 meses de diferencia.

La creación del albergue

A pesar de que sus hijas ya tienen tres años, Rosemary y Bárbara nunca se han desconectado de Haití, y, a raíz del terremoto, decidieron que tenían que ayudar de una forma más concreta. ¿Su proyecto? La creación de una corporación para velar por los niños huérfanos de Haití. Tanto Bárbara como Rosemary no entienden por qué son tantos los obstáculos para adoptar cuando hay miles de pequeños que se están muriendo de hambre.
-Las autoridades usan el argumento de que la gente es ignorante y que por eso firman cualquier cosa o que venden a sus hijos por unos pocos pesos. Pero en Haití la gente no es ignorante. Ellos entregan a sus hijos en un acto de amor, porque saben que no tienen otra posibilidad de vivir. Al entregarlos les están regalando vida -dice Bárbara.
Rosemary añade: "Cuando vas a Haití, nunca vuelves a ser la misma persona. Tratas de olvidar, mandas ayuda cuando puedes, pero con esto del terremoto ya no podíamos seguir quedándonos calladas. Llevamos tres años sin hablar del tema porque el Sename no quería. Y ahora Eugenio San Martín, director del organismo, dice que no a las adopciones express porque los papeles pueden ser truchos, porque se puede prestar para tráfico de niños. La verdad es que nosotras sabemos que él está muy equivocado. Los niños allá se están muriendo. Nadie que no haya ido a Haití puede opinar o decir que no a las adopciones. Nosotros mantenemos contacto permanente con la gente de allá y nos dicen que los niños andan solos en la calle, que el aeropuerto está lleno de ayuda que no está siendo repartida...".
Ya tienen su proyecto andando. El trámite para obtener la personalidad jurídica se encuentra en el Ministerio de Justicia, y en el momento en que sea aprobada, podrán iniciar la recaudación de donaciones y su funcionamiento. El primer eslabón de la cadena consiste en la instalación de un albergue que podría ser en construcciones tipo domo o de containers, donde se recibirán a los niños abandonados y huérfanos, además de pequeños cuyos padres estén de acuerdo en entregarlos en adopción a matrimonios idóneos en Chile. En este hogar se les entregará cuatro comidas diarias, camas y cunas, atención médica y dental, asistencia psicológica.
Rosemary y Bárbara -y Alejandro Toro, quien acaba de llegar desde Haití con su hijo adoptado-, a través del grupo que formaron en Facebook ya tienen decenas de personas de todas las profesiones que están dispuestos a partir como voluntarios cuando el proyecto comience a andar y más de 200 parejas interesadas en adoptar un niño haitiano, además de más de 2.300 "amigos" que los apoyan. Emocionadas, cuentan que incluso se contactó con ellas un matrimonio de personas sordas: ¿Habrá un niño sordo en Haití? Quizá nadie quiera a un niño sordo, pero nosotros estaríamos felices de recibirlo en nuestra casa.
-Tienen que ser familias idóneas a las que se va a evaluar psicológica y socialmente, el primer paso para adoptar. Todo lo estamos haciendo de la mejor manera, como corresponde, porque tenemos que demostrarle al gobierno haitiano que somos capaces de velar por sus hijos -dicen.
Están conscientes del peso que se les viene encima:
-Desde el momento en que decidimos contar nuestra historia sabemos que éste es un camino sin retorno. No hay vuelta atrás