El autor chino publica 'Pekín en coma', un detallado relato de la matanza de la plaza de Tiananmen y las atrocidades del maoísmo
Si usted es maoísta, no lea esta entrevista ni se le ocurra ir a una librería y comprar 'Pekín en coma', de Ma Jian (Ed. Mondadori). Pase esta página y siga viviendo con la conciencia tranquila. Si lo fue, no lea tampoco a uno de los autores chinos de moda en el mundo y no se detenga en este texto, a menos que desee que su lectura le revuelva las tripas y le haga renegar de su pasado. Si no es ni ha sido maoísta, puede continuar columna abajo y adentrarse en la novela, aunque el impacto emocional está garantizado. Ma Jian le sentará en una silla de primera fila ante la matanza de Tiananmen y le desvelará muchos aspectos poco conocidos de lo que sucedió en China en los años sesenta y setenta: canibalismo en los campos de trabajo, hijos condenados a asesinar a sus padres, madres que no podían amamantar a sus bebés porque eran hijos de 'derechistas', acusaciones formales de ejercer el capitalismo por ser propietario de dos vacas, relaciones sexuales entre jóvenes prohibidas, mujeres apaleadas hasta la muerte por haber concebido un segundo hijo...
Ma Jian (Quingdao, 1953) estuvo en la plaza de Tiananmen en aquella primavera que empezó teñida de esperanza y terminó en una masacre. Para entonces, era ya un escritor y periodista que conocía en sus carnes la feroz censura existente en el país. Tanto, que se había exiliado en Hong Kong. Pero cuando los estudiantes tomaron la calle, decidió coger un tren y sumarse a la movilización. Durante mes y medio vivió como un universitario más, hasta que recibió la noticia de que su hermano había sufrido un grave accidente y estaba en coma, y marchó a Quingdao para estar a su lado. Quizá eso le salvó la vida, porque poco después los soldados recibieron la orden de disparar contra la multitud. Meses más tarde, su hermano salió del coma y empezó a recordar. Inspirado por ese episodio, Ma Jian escapó a Londres y se puso a escribir la historia de aquella revolución de la que hoy no se puede hablar en su país. «Recordar es allí un crimen», explica. Pero él quiere hacerlo porque, como dice en esta entrevista, «lo más terrible es el olvido de las víctimas».
-Aquí estamos preguntándonos todos los días si debemos o no abrir las fosas comunes de la Guerra Civil, y en cambio usted publica un libro que es una galería de horrores sobre los sucesos de Tiananmen y los años finales del maoísmo. ¿No teme reabrir heridas, como se dice aquí?
-En China no habría debate sobre abrir fosas comunes. Por razones culturales, no se plantearía eso y simplemente no se abrirían porque se entiende que los muertos tienen allí su segunda residencia. Hay otras maneras de guardar la memoria colectiva, y no se puede limitar eso a los aspectos puramente físicos de esa memoria. Porque esa es la clave: preservar la memoria.
-¿También en China?
-También. Lo más terrible es el olvido de las víctimas. En Tiananmen quizá no murieron tantas personas como han llegado a decir algunas fuentes occidentales (hay quien ha hablado de miles), pero lo importante es que sean recordadas. Por el contrario, el Gobierno chino quiere ocultar lo que sucedió y para ello está creando algo así como un agujero en la Historia, para que parezca que no hubo nada. Tras aquellos sucesos, por ejemplo, las autoridades condecoraron a los soldados que dispararon contra los estudiantes, pero ahora esos mismos soldados también están siendo ignorados. Muchas veces pienso que si Hitler hubiese ganado la guerra, el Holocausto habría sido borrado. Pues allí pasa algo así.
Control de la población
-¿Por qué no ha sido posible en China una transición democrática como la de los países del Este de Europa?
-Hay un proverbio chino que dice que a veces la raíz de un árbol está dentro de nuestro jardín pero los frutos están en ramas que cuelgan fuera de él. El Gobierno de Pekín tiene un control sobre la población mucho más eficaz que el que tenían los gobiernos comunistas de la Europa del Este. Allí además no ha habido nunca una ideología religiosa ni una tradición humanista que primara el respeto al individuo, algo que sí existía en Europa. Por eso, los ciudadanos de esos países europeos reaccionaron al ver lo que podría pasar si seguía creciendo la bestia del comunismo.
-Pero en cambio sí se ha dado una evolución hacia una cierta forma de capitalismo.
-Fue la forma de frenar la protesta social que se produjo en 1989. Como le decía, en China nunca ha existido una tradición de respeto a las personas. Por eso, cuando hubo un cierto estallido en Tiananmen, fue controlado rápidamente y el Gobierno decidió dar el paso hacia el capitalismo en su forma más salvaje. La historia oficial dice que la apertura económica comenzó en 1978, pero eso no es así. No se habría producido esa transición hacia el capitalismo sin los sucesos de Tiananmen.
-Capitalismo con un Gobierno formalmente comunista...
-Sí, pero hoy los únicos que hablan de comunismo son los jóvenes que se afilian al partido. Ni los periódicos oficiales usan ya el término 'comunista'. Es una estrategia del partido, que pese a su brutalidad es muy ágil en sus actuaciones. Deng Xiaoping dijo que la matanza de estudiantes supondría 20 años de estabilidad política en el país. Y así ha sido.
-¿No hay oposición en la calle?
-La mayor parte de la población piensa de una forma muy parecida a lo que dice el partido. Los jóvenes han sido sometidos a un lavado de cerebro muy sutil. Tanto que incluso los que están viviendo en Occidente son en su mayoría muy poco críticos con el Gobierno. A mí esa uniformidad de pensamiento, sobre todo en un país tan grande, me parece muy peligrosa.
-¿Ve posibilidad de cambios a corto y medio plazo?
-No espero grandes cambios. Va a haber Partido Comunista muchos años más. Incluso los estudiantes son más afines hoy al partido que hace veinte años. Le voy a contar una anécdota: hace unos meses, pedí una traductora para que pasara al inglés unos textos que había escrito en chino. Cerramos el trato sin dificultad, y cuando recibió el original me llamó para decirme que no iba a hacer la traducción porque el contenido del texto iba en contra de su ideología. Hasta ese nivel de asimilación de la ideología hemos llegado.
-¿Y los intelectuales que siguen viviendo allí? ¿Cuál es su papel?
-Para seguir viviendo en China, tienen que estar básicamente de acuerdo con el régimen. Si tú no eres crítico, puedes llevar una buena vida en el país. Si les preguntas a ellos por Tiananmen, te dirán que fue algo que en sus orígenes estuvo impulsado por estudiantes bienintencionados, pero que pronto fue aprovechado por los enemigos de China. Es su forma de esquivar el tema. Los intelectuales chinos no tienen una conciencia firme del pasado de su país. Cuando los entrevista algún medio occidental, se limitan a decir que ahora se vive mejor que con Mao. Y es cierto: en su mayoría, forman parte de grupos de interés económico y disfrutan de una buena casa, un coche, viajan... Así que no tienen ninguna disposición a remover el pasado.
Censura
-La literatura china que se conoce en Occidente es la escrita por autores que viven en el exilio. ¿Por qué no trasciende la que se hace allí?
-China y Occidente pertenecen a dos culturas distintas y han tenido siempre sistemas políticos distintos. Allí hay una gran censura. Puedo contar una experiencia particular: hace muchos años escribí un libro bastante inocuo, una fábula en la que apenas había una ironía sobre Mao puesta en boca de un animal. Eso era todo. Pues bien: me lo rechazaron en 48 editoriales. Un país con una censura así no publica nada que tenga demasiado interés, por las manipulaciones que sufren los textos. Y cuando algunas novelas cuentan tragedias, siempre se narran como si fueran ajenas, como si hubieran sucedido en otro lugar. Algún autor ha publicado obras en las que se habla de la tortura, hay descripciones de un cierto sadismo, pero carecen de cualquier reflexión sobre las razones que permiten que exista la tortura.
-Durante los años setenta, intelectuales españoles y de otros países europeos de ideología maoísta viajaron a su país, vieron lo que había y al regresar contaron maravillas. ¿Qué piensa de esas personas cultas e inteligentes que prefirieron cerrar los ojos?
-No he conocido apenas a ninguno de esos intelectuales de los que me habla, pero sé que existieron. La verdad es que en esos años si alguien era maoísta y fue al país con prejuicios, estuvo allí dos o tres semanas, habló con los dirigentes del partido y se quedó sólo con esa versión... no pudo enterarse de mucho. Otros seguramente trataron de contrastar todo eso con la gente de la calle, pero quizá tampoco eso les dio demasiadas pistas, porque había mucho temor a hablar con extranjeros. Todo el mundo se sentía vigilado. De cualquier forma, no ha sido un fenómeno único. También muchos intelectuales visitaron la URSS, vieron algunas atrocidades y luego callaron al regresar a casa.
-Algo que no se entiende muy bien cuando hablamos de intelectuales.
-La verdad es que resulta difícil explicarlo. Yo creo que era gente que iba cegada por su ideología, fascinada por el país cualquiera sabe por qué razón... Y a esas personas las atendían muy bien, por supuesto. Así que no se preocuparon por ver más allá de la propaganda. No pudieron o no supieron ver que la dictadura había impregnado la sociedad por completo.
-¿Por qué se produjo ese fenómeno?
-No ha pasado sólo allí. Fíjese en lo que ha sucedido en Irak. Eso nos enseña que se puede destruir un régimen dictatorial, pero la esencia misma de la dictadura sigue en el corazón de la sociedad. Y eso no cambia en poco tiempo. Durante la campaña electoral en EE UU, Obama y McCain han discutido sobre cómo tratar a las dictaduras. La verdad es que no hay pautas fijas a seguir.
Si usted es maoísta, no lea esta entrevista ni se le ocurra ir a una librería y comprar 'Pekín en coma', de Ma Jian (Ed. Mondadori). Pase esta página y siga viviendo con la conciencia tranquila. Si lo fue, no lea tampoco a uno de los autores chinos de moda en el mundo y no se detenga en este texto, a menos que desee que su lectura le revuelva las tripas y le haga renegar de su pasado. Si no es ni ha sido maoísta, puede continuar columna abajo y adentrarse en la novela, aunque el impacto emocional está garantizado. Ma Jian le sentará en una silla de primera fila ante la matanza de Tiananmen y le desvelará muchos aspectos poco conocidos de lo que sucedió en China en los años sesenta y setenta: canibalismo en los campos de trabajo, hijos condenados a asesinar a sus padres, madres que no podían amamantar a sus bebés porque eran hijos de 'derechistas', acusaciones formales de ejercer el capitalismo por ser propietario de dos vacas, relaciones sexuales entre jóvenes prohibidas, mujeres apaleadas hasta la muerte por haber concebido un segundo hijo...
Ma Jian (Quingdao, 1953) estuvo en la plaza de Tiananmen en aquella primavera que empezó teñida de esperanza y terminó en una masacre. Para entonces, era ya un escritor y periodista que conocía en sus carnes la feroz censura existente en el país. Tanto, que se había exiliado en Hong Kong. Pero cuando los estudiantes tomaron la calle, decidió coger un tren y sumarse a la movilización. Durante mes y medio vivió como un universitario más, hasta que recibió la noticia de que su hermano había sufrido un grave accidente y estaba en coma, y marchó a Quingdao para estar a su lado. Quizá eso le salvó la vida, porque poco después los soldados recibieron la orden de disparar contra la multitud. Meses más tarde, su hermano salió del coma y empezó a recordar. Inspirado por ese episodio, Ma Jian escapó a Londres y se puso a escribir la historia de aquella revolución de la que hoy no se puede hablar en su país. «Recordar es allí un crimen», explica. Pero él quiere hacerlo porque, como dice en esta entrevista, «lo más terrible es el olvido de las víctimas».
-Aquí estamos preguntándonos todos los días si debemos o no abrir las fosas comunes de la Guerra Civil, y en cambio usted publica un libro que es una galería de horrores sobre los sucesos de Tiananmen y los años finales del maoísmo. ¿No teme reabrir heridas, como se dice aquí?
-En China no habría debate sobre abrir fosas comunes. Por razones culturales, no se plantearía eso y simplemente no se abrirían porque se entiende que los muertos tienen allí su segunda residencia. Hay otras maneras de guardar la memoria colectiva, y no se puede limitar eso a los aspectos puramente físicos de esa memoria. Porque esa es la clave: preservar la memoria.
-¿También en China?
-También. Lo más terrible es el olvido de las víctimas. En Tiananmen quizá no murieron tantas personas como han llegado a decir algunas fuentes occidentales (hay quien ha hablado de miles), pero lo importante es que sean recordadas. Por el contrario, el Gobierno chino quiere ocultar lo que sucedió y para ello está creando algo así como un agujero en la Historia, para que parezca que no hubo nada. Tras aquellos sucesos, por ejemplo, las autoridades condecoraron a los soldados que dispararon contra los estudiantes, pero ahora esos mismos soldados también están siendo ignorados. Muchas veces pienso que si Hitler hubiese ganado la guerra, el Holocausto habría sido borrado. Pues allí pasa algo así.
Control de la población
-¿Por qué no ha sido posible en China una transición democrática como la de los países del Este de Europa?
-Hay un proverbio chino que dice que a veces la raíz de un árbol está dentro de nuestro jardín pero los frutos están en ramas que cuelgan fuera de él. El Gobierno de Pekín tiene un control sobre la población mucho más eficaz que el que tenían los gobiernos comunistas de la Europa del Este. Allí además no ha habido nunca una ideología religiosa ni una tradición humanista que primara el respeto al individuo, algo que sí existía en Europa. Por eso, los ciudadanos de esos países europeos reaccionaron al ver lo que podría pasar si seguía creciendo la bestia del comunismo.
-Pero en cambio sí se ha dado una evolución hacia una cierta forma de capitalismo.
-Fue la forma de frenar la protesta social que se produjo en 1989. Como le decía, en China nunca ha existido una tradición de respeto a las personas. Por eso, cuando hubo un cierto estallido en Tiananmen, fue controlado rápidamente y el Gobierno decidió dar el paso hacia el capitalismo en su forma más salvaje. La historia oficial dice que la apertura económica comenzó en 1978, pero eso no es así. No se habría producido esa transición hacia el capitalismo sin los sucesos de Tiananmen.
-Capitalismo con un Gobierno formalmente comunista...
-Sí, pero hoy los únicos que hablan de comunismo son los jóvenes que se afilian al partido. Ni los periódicos oficiales usan ya el término 'comunista'. Es una estrategia del partido, que pese a su brutalidad es muy ágil en sus actuaciones. Deng Xiaoping dijo que la matanza de estudiantes supondría 20 años de estabilidad política en el país. Y así ha sido.
-¿No hay oposición en la calle?
-La mayor parte de la población piensa de una forma muy parecida a lo que dice el partido. Los jóvenes han sido sometidos a un lavado de cerebro muy sutil. Tanto que incluso los que están viviendo en Occidente son en su mayoría muy poco críticos con el Gobierno. A mí esa uniformidad de pensamiento, sobre todo en un país tan grande, me parece muy peligrosa.
-¿Ve posibilidad de cambios a corto y medio plazo?
-No espero grandes cambios. Va a haber Partido Comunista muchos años más. Incluso los estudiantes son más afines hoy al partido que hace veinte años. Le voy a contar una anécdota: hace unos meses, pedí una traductora para que pasara al inglés unos textos que había escrito en chino. Cerramos el trato sin dificultad, y cuando recibió el original me llamó para decirme que no iba a hacer la traducción porque el contenido del texto iba en contra de su ideología. Hasta ese nivel de asimilación de la ideología hemos llegado.
-¿Y los intelectuales que siguen viviendo allí? ¿Cuál es su papel?
-Para seguir viviendo en China, tienen que estar básicamente de acuerdo con el régimen. Si tú no eres crítico, puedes llevar una buena vida en el país. Si les preguntas a ellos por Tiananmen, te dirán que fue algo que en sus orígenes estuvo impulsado por estudiantes bienintencionados, pero que pronto fue aprovechado por los enemigos de China. Es su forma de esquivar el tema. Los intelectuales chinos no tienen una conciencia firme del pasado de su país. Cuando los entrevista algún medio occidental, se limitan a decir que ahora se vive mejor que con Mao. Y es cierto: en su mayoría, forman parte de grupos de interés económico y disfrutan de una buena casa, un coche, viajan... Así que no tienen ninguna disposición a remover el pasado.
Censura
-La literatura china que se conoce en Occidente es la escrita por autores que viven en el exilio. ¿Por qué no trasciende la que se hace allí?
-China y Occidente pertenecen a dos culturas distintas y han tenido siempre sistemas políticos distintos. Allí hay una gran censura. Puedo contar una experiencia particular: hace muchos años escribí un libro bastante inocuo, una fábula en la que apenas había una ironía sobre Mao puesta en boca de un animal. Eso era todo. Pues bien: me lo rechazaron en 48 editoriales. Un país con una censura así no publica nada que tenga demasiado interés, por las manipulaciones que sufren los textos. Y cuando algunas novelas cuentan tragedias, siempre se narran como si fueran ajenas, como si hubieran sucedido en otro lugar. Algún autor ha publicado obras en las que se habla de la tortura, hay descripciones de un cierto sadismo, pero carecen de cualquier reflexión sobre las razones que permiten que exista la tortura.
-Durante los años setenta, intelectuales españoles y de otros países europeos de ideología maoísta viajaron a su país, vieron lo que había y al regresar contaron maravillas. ¿Qué piensa de esas personas cultas e inteligentes que prefirieron cerrar los ojos?
-No he conocido apenas a ninguno de esos intelectuales de los que me habla, pero sé que existieron. La verdad es que en esos años si alguien era maoísta y fue al país con prejuicios, estuvo allí dos o tres semanas, habló con los dirigentes del partido y se quedó sólo con esa versión... no pudo enterarse de mucho. Otros seguramente trataron de contrastar todo eso con la gente de la calle, pero quizá tampoco eso les dio demasiadas pistas, porque había mucho temor a hablar con extranjeros. Todo el mundo se sentía vigilado. De cualquier forma, no ha sido un fenómeno único. También muchos intelectuales visitaron la URSS, vieron algunas atrocidades y luego callaron al regresar a casa.
-Algo que no se entiende muy bien cuando hablamos de intelectuales.
-La verdad es que resulta difícil explicarlo. Yo creo que era gente que iba cegada por su ideología, fascinada por el país cualquiera sabe por qué razón... Y a esas personas las atendían muy bien, por supuesto. Así que no se preocuparon por ver más allá de la propaganda. No pudieron o no supieron ver que la dictadura había impregnado la sociedad por completo.
-¿Por qué se produjo ese fenómeno?
-No ha pasado sólo allí. Fíjese en lo que ha sucedido en Irak. Eso nos enseña que se puede destruir un régimen dictatorial, pero la esencia misma de la dictadura sigue en el corazón de la sociedad. Y eso no cambia en poco tiempo. Durante la campaña electoral en EE UU, Obama y McCain han discutido sobre cómo tratar a las dictaduras. La verdad es que no hay pautas fijas a seguir.